María Jesús Guerra Palmero se resistió un poquito -solo lo justo- en dejar la Consejería de Educación y Cultura del Gobierno autónomo. Cuando alguien, en las últimas semanas, le insinuaba que quizás lo más conveniente sería marcharse, respondía con esa flema suya característica adornada con un punto de altanería displicente:

- Mientras me apoye el presidente del Gobierno seguiré adelante.

El presidente del Gobierno, Ángel Víctor Torres, ni la apoyaba ni la dejaba de apoyar. Mediar con los sindicatos de sanidad para superar la nula cintura política de Teresa Cruz era una cosa, mediar ahora entre toda la comunidad educativa y su propia consejera, en cambio, se le antojaba ya excesivo. En el pecado llevaba la penitencia. ¿Qué le ha ocurrido al PSOE a lo largo de la última década? ¿Cómo es posible que se haya abaratado hasta este punto el proceso de selección de personal político en la dirección socialista? Muchos se persignaron ante la Cruz a la hora de su nombramiento y no pocos previeron con exactitud que Guerra Palmero -con una nula capacidad de gestión administrativa y una personalidad intelectual escasamente empática- no cumpliría un año en el cargo. Esa leyenda chafarmeja sobre el golden team del pacto de las flores ha sucumbido.

Lo que se ha vivido en el PSOE es la confluencia de dos involuciones: la desarticulante insularización del partido y la ansiosa profesionalización de sus cargos públicos. El consejero o la consejera de Sanidad, por ejemplo, debe ser tinerfeña, porque los socialistas tinerfeños entienden que forma parte de su cuota. Por eso, y no por otras razones, Julio Pérez echa horas interminables intentando -y no consiguiendo- poner orden en el departamento más complejo y con mayor presupuesto del Gobierno canario. En cuanto al ámbito educativo, donde los problemas fueron sembrados por la indolencia de Guerra Palmero antes del estallido de la pandemia, la solución más razonable, siquiera provisional, hubiera sido ascender a la viceconsejera, María Dolores Rodríguez, militante socialista de Lanzarote y con amplia experiencia política y docente. Rodríguez casi no se hablaba con Guerra Palmero, pero eso puede entenderse casi como un mérito. Pequeño problema: Rodríguez no es corujista, es decir, no goza de la infinita alegría de pertenecer a la Santa Hermandad de Dolores Corujo, presidenta del Cabildo de Lanzarote y secretaria general de los socialistas conejeros. Pues nada: se llama a Valbuena y se le echa encima la Consejería de Educación. Nostalgias de un previejuno: cuando me dijeron que Valbuena se encargaría de Educación creí que se referían al profesor Luis Valbuena, el mejor consejero del área que sin duda nos ha tocado en suerte. Pero no, era el otro. Parece que se sabe sentar bien en una silla y escucha detenidamente al que le habla, asintiendo de vez en cuando con la cabeza. Eso igual baste para dos o tres meses.

Es urgente, singularmente urgente diseñar el próximo curso escolar en el contexto de una pandemia quizás controlada, pero aun muy peligrosa. Introducir novedades organizativas, evaluativas, sanitarias, tecnológicas, procedimentales. Una labor harto compleja y delicada que exige un trabajo en común de tres consejerías al menos y abierto a los representantes de profesores y padres y madres. El presidente debe actuar de una vez tomando una decisión política y no colocando una tirita encima de un cráter.