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Entre líneas

31 de julio, la celebración del peregrino Loyola

En la Orotava, escala mirando hacia el Teide la calle Colegio. Debe su nombre al primer centro educativo que los jesuitas fundaron en nuestras islas y que se prolonga en una red de instituciones educativas, culturales, sociales y espirituales, que hoy se muestran en el Colegio San Ignacio de Loyola y sus asociaciones, la red de la Fundación Entreculturas, la casa de espiritualidad Manresa y la de Los Lagares, el Centro Loyola, la Iglesia de San Francisco de Borja, el apoyo a la iniciativa de atención a las personas migrantes (Patio de las Culturas) o la presencia de la alianza que es Radio ECCA en cada municipio de nuestras islas. La comunidad de los jesuitas que hoy viven, se mueven y trabajan en Canarias es a la vez inspiración y testigo de la labor realizada por esta red plural. Debemos añadir que desde la llegada de Francisco a la Sede de Pedro, primer jesuita en el puesto, la Orden ignaciana ha adquirido una relevancia diferente. Así que tanta presencia hace que sea algo más que razonable que hoy, 31 de julio, celebremos la fiesta del fundador de los jesuitas, el guipuzcoano Loyola.

El 20 de mayo de 1521, Yñigo López de Loyola, oficial experimentado en las armas y la corte queda mal herido por el impacto de un obús en la defensa de la ciudad de Pamplona. Tras una recuperación ardua y compleja, unos meses después, en enero de 1522, el todavía joven Loyola emprende un camino que hará de él uno de los peregrinos que más huella han dejado en la historia moderna.. Con la intención de imitar el modo de vida de Cristo, su nuevo y único "capitán", se pone en marcha hacia Jerusalén, que resultará ser no su meta, como él había soñado, sino solo un primer paso en el recorrido. De hecho, 35 años después, el 31 de julio de 1556 fallecerá en Roma, tras fundar a los jesuitas.

Si hoy celebramos a San Ignacio de Loyola es porque celebramos su camino personal, que pronto entendió que no podía hacer solo, y también su obra, su legado. Celebramos lo que nos dejó y lo que hoy sigue siendo un saber apropiado para la vida de las personas, de las comunidades, de la Iglesia y de la sociedad.

Celebramos, por supuesto, en primer lugar, los Ejercicios Espirituales. Lejos de los libros de autoayuda, la propuesta ignaciana, que parte de su propia experiencia de caminante, sigue siendo hoy un magnífico instrumento para manejarse con la propia interioridad y liberar las energías necesarias para afrontar la vida. Se trata de detectar y retirar lo que nos impide ver y de entrenarnos para buscar lo que desde la fe llamamos "voluntad de Dios": el crecimiento personal y social en libertad y en capacidad de amar. A día de hoy, la experiencia de los Ejercicios Espirituales, adaptada a nuestra realidad sigue siendo la más perdurable y actual herencia del peregrino Loyola.

Es también motivo de celebración su inmensa obra escrita, que reúne una interesante autobiografía dictada a uno de sus compañeros, un fantástico diario espiritual que lo muestra como otro de los místicos de nuestro Siglo de Oro y miles de cartas enviadas a muchísimas personas de su tiempo, y que nos dan pistas interesantes para comprender su época y para aprender cómo el alma humana ha de lidiar con las situaciones que siguen presentes entre nosotros: el gobierno de la propia vida, de la sociedad, la solidaridad, el uso de los medios, el esfuerzo por elegir bien en cada momento.

Finalmente, al celebrar a Loyola, celebramos también a la Compañía de Jesús, la orden que él fundó. Los jesuitas heredaron de Ignacio una espiritualidad que reconocía un único absoluto, solo Dios, y que, por tanto, relativiza todas las mediaciones: las instituciones, los poderes, los placeres, los saberes. Para el jesuita, para los jesuitas, todo es medio para ayudar a las personas, todo es medio para el servicio. No es extraño que con esa mirada de fondo, la historia de la Compañía de Jesús, sea la historia de iniciativas e instituciones que a la vez son una respuesta actualizada al tiempo en el que viven y una mirada crítica sobre el mismo.

Y también tenemos motivo para la celebración aquí, en nuestras islas, que tienen la marca de la herencia de Loyola en sus "hijos". De los muchos, me permito señalar a algunos: el lagunero, fundador y caminante Anchieta, el palmero mártir de la causa indígena Arce Rojas, el lanzaroteño acogedor José Marcos Figueroa, el impresionante vasco-chicharrero Luis María Eguiraun, o los andaluces Francisco Villén, fundador de ECCA, Agustín Castro, poeta de Gran Canaria y espléndido formador de personas, José María Laraña, hombre cercano a quienes más necesidades padecían y recordado por sus iniciativas sociales en Santa Cruz de Tenerife o, insisto que entre muchos otros, los grancanarios Tomás Rodríguez o Antonio Betancor que dejaron lo mejor de sus vidas en Paraguay.

La actualidad de la mirada ignaciana sigue vigente y desafiante. Vivimos tiempos difíciles en los que Ignacio se sentiría como en casa. Tiempos para no perder el temple, para aguzar el sentido de discernimiento y tener claros cuáles son los valores que alientan nuestra vida. Vivimos tiempos para trabajarse interiormente y ser así una mejor respuesta a los desafíos que plantea nuestro mundo. Por eso, porque estamos en camino, hoy celebramos a un peregrino, hoy celebramos a San Ignacio de Loyola.

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