Hay quien dice que, al cabo de generaciones y siglos, a los humanos del futuro les habrán crecido los dedos índice y pulgar. Aducen que se debe al continuo y excesivo uso de los dos dedos en el manejo de instrumentos digitales y de alta tecnología. Recuerdo que lo mismo se decía, hace años, cuando se extendió el uso de las máquinas eléctricas de escribir, los nuevos canales de televisión y hasta el ascensor. De lo que se habla y se discute ahora es de los artilugios con los que entretiene la gente en los ratos libres y de los que parece no desprenderse nunca. Cada vez son menos los que se entretienen con la lectura de un buen libro mientras viajan en transporte público para ir de compras o acudir a su lugar de trabajo. Lo suple el móvil de última generación a través del que, aunque hay quien lee en la pantalla las noticias de periódicos digitales, la mayoría parece que muestra gran interés en que el vecino sepa cómo de depauperada tiene su cuenta corriente o el último motivo de discusión con su pareja.

Pero no cabe duda de que el mayor riesgo se produce entre la población infantil. Recientes estudios dan cuenta de que cada vez son más los niños y niñas menores de edad que se enganchan a juegos on line o de videoconsolas que después les cuesta abandonar. Según informa el Ministerio de Salud, que recoge datos de las comunidades autónomas, en el año 2013, aumentó en un 25%, con relación al año anterior, el número de casos de menores atendidos, en consultorios y hospitales públicos, con diversos trastornos de conducta debidos a la adicción a los videojuegos. La aparición de tablets y smartphones ha agravado el problema. Ajenos al tiempo y, a veces, hasta el hambre, permanecen pegados al asiento sin atender a otro estímulo que no sea el de los movimientos y centelleos de figuras, números y paisajes virtuales. Aumenta el peligro cuando el afán competitivo conduce a los adolescentes a sumergirse, sin control, en una loca carrera de asesinatos y acciones que, en algunos casos, pueden considerarse como atentados contra el derecho y la dignidad humana. Pero el peor peligro reside en que puede convertirse en una obsesión con tintes patológicos. La comunidad científica informa que pasar más de dos horas diarias entretenidos en este tipo de juegos puede ser perjudicial para la salud física y mental de los menores. Cuando son cuatro o más existe riesgo de adicción. La palabra que califica al posible síndrome es el de ciberadictos o adictos digitales. Se trata de un desajuste conductual que, en algún momento, pueden presentar los mismos síntomas que la adicción a las drogas. La adicción de los niños ludópatas representa un problema más grave que el de los adultos. Lo explica la inmadurez de su personalidad más dúctil y expuesta a la influencia y presión del grupo y las redes sociales. Por eso se alerta a los padres para que se ocupen de vigilar a sus hijos. En este sentido aconsejan supervisar y controlar, tanto el tipo de juegos como el tiempo dedicado a ellos con el fin de evitar que sufran estados de fatiga, desórdenes de conducta o incumplimiento reiterados de sus tareas domésticas y escolares diarias. Nadie duda de los beneficios del móvil o celular como medio de comunicación entre personas, y entre ellas, la de padres e hijos. El WhatsApp, a cuyo éxito y alcance se une, recién, la compra multimillonaria por parte de la empresa Facebook, aligera el contacto y el precio al mismo tiempo que les da razón a los que piensan que, al paso del tiempo, los dedos se harán más grandes. (Si así fuera no será antes de miles, quizá, millones de años. Y para esa época, ya se sabe, "todos calvos"). Pero no deja de ser llamativo observar con cuánta rapidez se aplican, niños, niñas y adolescentes, en el traqueteo, eso sí, silencioso, a sus pequeñas pantallas, mientras las guaguas se pueblan de silbidos que desconciertan a los que, en otras épocas, no disponían ni del canuto (teléfono negro) para comunicar la muerte de un familiar o la llegada de un indiano. Con ello nace una nueva obsesión: la de estar permanentemente en contacto. He observado cómo se hablan entre si dos adolescentes, sentados en diferentes asientos de una misma guagua. ¿No les costará igual acercarse el uno al otro y sentir el pálpito de lo genuinamente humano? Está visto que el escucharse de frente, olerse, mirarse a los ojos, está siendo relegado por el frío cristal de los artilugios de alta tecnología. Y así como se lanza la hipótesis de que a nuestros descendientes les crecerán los dedos, también se puede decir que se les reducirá la capacidad auditiva, olfativa y hasta la de movimiento. De tanta laxitud a la hora de, simplemente, decirse con la mirada: "hola, ¿cómo estás? o adiós".