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Prima primavera

Mientras, tumbado de espaldas en la alfombra, hace unos estiramientos, entre sus propios resoplidos le llegan del equipo de música los trinos de flauta de una pieza de Telemann, y al fondo el golpeteo rítmico de piqueta de una pequeña obra (han dado ya las ocho), que entra de la calle por la ventana entreabierta. Ha logrado que entre las tres fuentes sonoras se entable una especie de diálogo, a cuyo ritmo acomoda el del ejercicio que hace en el suelo, dotando así al momento de una estructura cerrada, cuando de pronto se inmiscuye en esa arquitectura un débil y sutil gorjeo de pájaros, que no llega a canto, ni a formalizar ninguna melodía, y apenas insinúa el fraseo, pero tiene dentro la inconfundible voluntad de lograrlo. Ahí está, se dice, ahí está ya la maldita, entra por donde puede y en cuanto puede, y se ha colado a través de esos pequeños cuerpos que le dan la voz.

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