En algunos aspectos nos gobierna una especie de asamblea de vecinos que, lo mismo que la de un edificio de ocho plantas, se alborota cuando se anuncia junta general o, en este caso, lluvia, viento o galerna. Los gobernantes elegidos democráticamente, faltaría más, cuyos sueldos, prerrogativas, coches oficiales, viajes, tarjetas de crédito, guardaespaldas y chóferes uniformados pagamos entre todos, deberían tener algo más de sentido común, el más escaso, ciertamente, de todos los sentidos. Si se anuncia temporal en la isla de El Hierro no hay por qué alertar a los de Lanzarote, y cuando llueve a mares en La Palma no se debe obligar a comprar un paraguas a los majoreros. Viene esto a cuento de la histeria oficial en cuando huele a ventisca o hay vendaval de poniente o levante. Paulino Rivero se cura en salud ante la posibilidad de que una teja voladora descalabre a un escolar desprevenido, y yo lo entiendo. Lo que ya no comprendo es que miles de madres trabajadoras, que dependen de un sueldo para vivir, tengan que dejar el trabajo para atender a su prole y preservarla de un peligro inexistente. Insisto: el peligro será cierto y real en una isla, o en dos, incluso en tres, pero muy difícil en las ocho al tiempo, incluida La Graciosa. Perder un día de educación y aprendizaje en nuestra juventud, y no digamos dos, no es cosa baladí. Así nos va? Ver las aulas vacías causa sentimiento. Es por ello que cojo la pluma. ¿Que diluvia en Tenerife?, que me dejen tranquilos a lo de Gran Canaria. ¿Que hay un brote de pediculus pubis en un burdel de Lanzarote?, que no cierren las ramerías en la Palma para que las hetairas puedan ejercer su benéfico oficio.

Me temo que ejerzo el derecho al pataleo, que estas sencillas recomendaciones serán ignoradas y que el año que viene volveremos de nuevo a las andadas. Que con su pan se lo coman.