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Ánxel Vence

La guerra empieza con palabras

Harto ya del coronavirus que no para de ganar terreno, el Gobierno ha decidido combatirlo por medios estrictamente militares con el estado de alarma, el toque de queda y la construcción de hospitales de campaña. Esto es la guerra.

De momento, el bicho no parece especialmente impresionado por esta declaración de hostilidades y, en realidad, causa cada día más bajas que el anterior. Es lógico. No solo aquí, sino también en el resto de Europa, el enemigo acecha invisible por todas partes, como lo hacía el vietcong contra los americanos o los mambises en la guerra de independencia de Cuba. Y ya se sabe cómo acabaron esos dos conflictos.

Por algo el SARS-CoV-2 tiene un nombre que evoca el de un misil o cualquier otra arma secreta de destrucción masiva. Cuando, ingenuamente, creíamos haberlo derrotado, el virus lanza una segunda ofensiva que está forzando a los gobiernos a emplear el arsenal bélico del que disponen.

Todo ello ha traído como inevitable consecuencia la militarización del lenguaje. Los sanitarios, por ejemplo, están en “primera línea” de fuego, a la vez que las autoridades insisten a la tropa en la necesidad de “no bajar la guardia”. También se nos alienta a permanecer en casa para mantener la posición frente a los ataques del populoso ejército viral.

A esa lógica guerrera responde también la declaración del estado de alarma. Cuando el enemigo se acercaba, el grito de alerta de los italianos era “All’arme!”, es decir: ¡A las armas!, que viene siendo la expresión de la que etimológicamente procede en castellano la palabra alarma. Aunque no se escuche el estruendo de los cañones ni haya manera de saber dónde se encuentra el insidioso enemigo, empieza a quedar claro que hemos entrado en batalla.

Luego está el toque de queda, que traerá a los más añosos el recuerdo de las primeras medidas que cualquier Junta Militar adoptaba tras un golpe de Estado. Chile y Argentina, por citar solo dos países próximos en el afecto, sufrieron reiteradamente esa fórmula durante el pasado siglo.

Consciente de lo mal que suena, el presidente Pedro Sánchez ha rogado a la tropa que no utilice esa expresión y la sustituya por la más consoladora “restricción de movilidad nocturna”, aunque tampoco era necesario. Ya no hay toque -de campanas, de sirena o de corneta- en el sentido original y literal de la expresión; del mismo modo que no habrá toque de diana para informar a la población de que puede salir de casa. Pero el concepto es el concepto: y sigue dando algo de yuyu.

Bien está que el jefe del Gobierno trate de desmilitarizar el lenguaje, siquiera sea en lo que toca al toque de queda. No hay alternativas, sin embargo, al estado de alarma que, en sentido etimológico, equivale a una llamada a tomar las armas. De los hospitales de campaña y de la gente que lucha en primera línea contra el virus ya ni hablamos, claro está. La jerga de combate lo ha invadido todo.

Palabras aparte, bien podría decirse que estamos en guerra y, de momento, la vamos perdiendo. La covid-19 que mata y arruina nos está arrebatando también a los europeos la libertad de movimiento, que no otra cosa es el confinamiento domiciliario a tiempo parcial impuesto por el toque de queda. Alarmados como estamos, el estado de alarma no pasa de ser una mera redundancia.

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