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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Morir matando

1975 no es sólo el año de la transmigración de Franco hacía el mundo de los muertos, acto performativo que absorbe a los españoles y del que hoy se cumplen 45 años. Su cuerpo enjuto, perforado por la enfermedad, representa la debilidad del poder bajo la corrosión de los órganos vitales, obstruidos o secos. Pero tampoco. Meses antes, el 27 de septiembre, el declive del dictador deviene en una demostración de fuerza opuesta a la pudrición de su cuerpo: firma la ejecución de tres miembros del FRAP y dos de ETA, e indulta a seis reos más. Caen fusilados, no se atrevió, o se lo desaconsejó su confesor, con el garrote vil, ejecución extrema, impregnada de dolor, que había acabado un año antes con el anarquista Salvador Puig Antich. Tembloroso pero firme en su cruzada contra los comunistas y masones, salió al balcón de la Plaza de Oriente, acompañado por el Príncipe, en un acto de adhesión popular que trataba de contrarrestar la movilización internacional en contra de la represión. Era el principio del fin. Moría matando, una visceralidad que sembraba el pánico entre el antifranquismo y que colmataba de incertidumbres la idea futura de una España moderna y democrática. La deconstrucción del régimen, nombre que se ganó por la pervivencia de sus normas en el tiempo, todavía sigue ahí 45 años después de la desaparición de su adalid. La baba del caracol permanece pegajosa, resistente, e incluso cunde el fenómeno de que con el paso de los años hay una tendencia a olvidar los ingredientes más repugnantes, como son las ejecuciones sumarísimas e irregulares antes de caer en la oscuridad. Franco goza de la ventaja de que murió en la cama de un hospital, hecho que ablanda corazones y que formatea un plus de sentimentalidad amnésica. Las casi cinco décadas fuera de su capa constituyen, en realidad, un periodo aún corto para superar el trauma nacional-católico con el que regó todos los intersticios de la vida del país, sin dejar ninguno fuera de su control. Demoler los emblemas alrededor del culto a su personalidad es de un valor incalculable, como así ha ocurrido con el Valle de los Caídos o el Pazo de Meirás. Pero queda la educación, dar a conocer cómo el peculiar fascismo español escaló y cambio la faz del país. Hay voces de la derecha a las que les parece una majadería seguir hablando del dictador, y que preferirían cubrir con un tupido velo la etapa. Y la realidad es que lo que somos viene dado, en gran parte, por el ante mórtem y el post mórtem.

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