La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

¿Un valle de lágrimas?

Suele ser cierto el trasfondo pesimista inherente a ciertas religiones, en concreto las de herencia judeocristiana. Veamos un ejemplo evidente en uno de los párrafos de La Salve, cuando recoge la siguiente prédica: “A ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”. Comprendo que una parte de personas (“los desterrados hijos de Eva”), aferradas a una mitología católica tradicional, se quejen por padecer una vida desesperanzada, pero el común de los mortales reclamamos una vida más positiva que, aunque no de color de rosa, al menos no nos haga sentir angustiados como proclama la oración.

La Salve, también conocida como Salve Regina, es una de las más populares jaculatorias y un patrimonio de la Cristiandad. Originalmente escrita en latín –con incierta procedencia– constituye una de las cuatro antífonas del breviario dedicadas a la Virgen María y forma parte del canto habitual entre los cistercienses, dominicos, franciscanos y benedictinos. El himno fue musicado por autores acreditados, entre ellos Palestrina, De Victoria, Vivaldi, Scarlatti, Haldel, Schubert y Liszt.

La expresión “valle de lágrimas”, a la que alude La Salve, ya aparece de manera velada en algunos salmos bíblicos y en escritos de doctores de la Iglesia desde finales del siglo IV que tradujeron la Biblia del griego y del hebreo al latín (La Vulgata). En la cultura cristiana este párrafo hace referencia a las pesadumbres de esta vida que cesan cuando, sobrevenida la muerte, se logra el Cielo, según pregona un lugar de felicidad eterna; dando a entender que la humanidad se encuentra en un estadio provisional e imperfecto en este mundo que, tras la libre elección del bien sobre el mal, conduce a una existencia plena, una especie de paraíso terrenal.

Mucho se ha especulado sobre la susodicha locución de la Salve Regina (“gementes et flentes in hac lacrimarum valle”), tachándola de pesimista, agorera, derrotista y/o catastrofista; en una línea similar de negatividad cabe situar el uso piadoso de autoflagelación que hacen determinadas órdenes religiosas con el cilicio y otros utensilios de punición.

Cuando uno deja de recitar como un papagayo lo que se le inculcó en la infancia –como es mi caso– y reflexiona sobre el significado de la frase de nuestra tradición mariana surgen un montón de dudas sobre su idoneidad al aplicarla a la desigual sociedad en la que nos movemos. Unos con poderío económico, otros con tan poco que apenas les alcanza para satisfacer sus necesidades básicas y poder sobrevivir; teóricamente dos mundos antagónicos y con opciones desiguales para acatar el sufrimiento.

Es evidente que con dinero no se puede comprar la felicidad, pero hace que todo sea más soportable, de manera especial si se condimenta con salud y amor. Parece pertinente el aserto de Jacinto Benavente sobre el asunto: “eso de que el dinero no da la felicidad son voces que hacen correr los ricos para que los pobres no les envidien demasiado”.

Según Arthur Schopenhauer, un filósofo abanderado del pesimismo profundo, “la felicidad es solamente la ausencia del dolor”, a lo que agrega “pocas veces pensamos en lo que tenemos, pero siempre en lo que nos falta”. En una línea similar, parece indudable que la felicidad no se mide, en general, por las alegrías y placeres sino por la ausencia de penalidades y de dolor; sin embargo, cada ser humano tiene su propio umbral para el regocijo o para soportar la aflicción, con base en diversos parámetros: aspiraciones personales, creencias, situación financiera o del tipo de temperamento, con predisposición al optimismo o al pesimismo.

¿Cómo se puede dudar de la felicidad de quien recupera la salud tras una grave enfermedad o un accidente, de quien encuentra la pareja de su vida, de quien le toca la lotería, etc.? No obstante, se consigue asimismo con otras pequeñas cosas, por ejemplo, comiendo un mendrugo si se tiene hambre, bebiendo agua si se tiene sed o abrigarse si se tiene frío; otras veces se logrará con una suculenta ingesta gastronómica, la lectura de un libro, la contemplación de una obra de arte, la audición de un concierto, el ejercicio deportivo e incluso utilizar un ordenador o ver un programa de televisión.

Respecto al dolor, cabe decir que la vara para medirlo ha ido cambiando a lo largo del tiempo con el progreso científico. Queda en el olvido aquella tremenda secuela del pecado original que recoge el Génesis dirigiéndose a la mujer: “Multiplicaré en gran manera tus dolores y tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos”. La invención de la anestesia y los analgésicos ha supuesto la puntilla para muchas dolencias y malestares, antaño irremediables pero muy aminorados en plena época del paracetamol.

Para culminar, resulta de interés remitirse a Epicuro de Samos, filósofo griego, para resolver la problemática planteada; según él la finalidad de la existencia del ser humano era conquistar una vida plena, a la que se llega mediante la búsqueda inteligente de placeres practicando la ataraxia, o sea adoptar una actitud tranquila, serena y con ausencia de turbación, en definitiva buenas dosis de positividad. No es asombroso la cara de felicidad y sonrisa que irradian los depauperados niños africanos, a pesar de los pesares.

Compartir el artículo

stats