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Joaquín Rábago

El discurso del Rey suscita varias preguntas

EComo era de esperar, la prensa de la capital del Reino se ha volcado mayoritariamente en elogios al discurso de Navidad de Felipe VI, alabando sobre todo su empatía más o menos formal con las víctimas de la pandemia.

Destacan los medios sus palabras de aliento para quienes han perdido a alguno de sus seres queridos, su trabajo o incluso su empresa, y sus alabanzas a los sanitarios por su “extraordinaria profesionalidad y su gran humanidad con los enfermos”.

Tampoco se olvidó el actual monarca de la juventud, de la que dijo que merecía tener “la formación más adecuada, crecer personal y profesionalmente” porque “España no puede permitirse una generación perdida”.

Fue el suyo un discurso sin duda bien construido aunque lleno, como suele ocurrir con ese tipo de discursos institucionales, de lugares comunes, de apelaciones generales a los valores democráticos, al respeto a “la pluralidad y a las diferencias”.

Los medios más turiferarios parecen incluso considerar suficiente la velada referencia que hizo Felipe VI a los problemas del Emérito al recordar el discurso que él mismo pronunció en 2014 en su proclamación como jefe del Estado.

“Me referí (entonces), dijo el todavía joven monarca, a los principios morales y éticos que los ciudadanos reclaman de nuestras conductas, principios que nos obligan a todos sin excepciones” y que “están por encima de cualquier consideración, de la naturaleza que sea, incluso de las personales y familiares”.

Habría que preguntarse, sin embargo, si los ciudadanos, que, una vez que nuestros medios rompieron, obligados por circunstancias exteriores, el velo de silencio que rodeó siempre el comportamiento poco ejemplar, por decirlo suavemente, del anterior jefe del Estado, se enteraron de los supuestos delitos de cohecho, ocultación de bienes en el extranjero y defraudación al fisco que investiga actualmente la justicia, pueden darse por satisfechos con tan vagas palabras.

Sobre todo esa juventud, de la que se acordó don Felipe en su discurso, y que apenas tiene conocimiento de la dictadura franquista ni de la contribución al afianzamiento de la democracia que los historiadores atribuyen a su progenitor.

Por muy institucional que fuera su discurso, ¿no tendría don Felipe que haberse disculpado por el daño infligido por su padre a la institución que ambos representan como el propio don Juan Carlos pidió perdón en su día cuando dijo aquello de que no volvería a suceder?

Y después del ruido de sables que hemos oído últimamente, por muy oxidados que estén ya sus portadores y estrambótico que todo ello pueda parecernos, ¿no debería haber rechazado expresamente Felipe VI la patrimonialización por la extrema derecha de la monarquía?

¿No debería haber hecho también hincapié en la legitimidad de un Gobierno salido de las urnas, sea del color que sea, y alguna referencia a la urgencia de desbloquear una institución tan fundamental en una democracia como es la justicia para el cumplimiento de lo que establece la propia Constitución?

Sí, es cierto que se trataba de un discurso de Navidad, pero no debería haber sido esta vez un discurso navideño más, dada la gravedad de muchas de las cosas que han sucedido y siguen sucediendo en este país y en atención al propio futuro de la monarquía.

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