La Provincia - Diario de Las Palmas

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El lápiz de la luna

Dos palabras

A veces es importante escapar de las obligaciones laborales y darnos un tiempo para nosotros. Porque, para cuando queramos darnos cuenta, serán demasiadas las páginas en blanco del calendario que nos hostigan con su desafiante mirada pendiendo de una tacha en la pared, y que nos recuerdan que en algún lugar, entre informes, clases y correcciones, hay amigas esperándonos. El otro día me di el lujo de disfrutar de uno de esos momentos junto a una amiga con la que acabé filosofando acerca del amor. No sabemos muy bien si fue el vino, la edad o este año provocador lo que llevó la conversación por los derroteros que fue, pero lo que sí sabemos es que cada vez que nos desenredamos de alguna de las cadenas del mito del amor romántico somos mucho más felices. Todo empezó con una expresión tan normal como “Tía, a mí mi novio en dos años nunca me ha dicho: te quiero”. Las dos guardamos silencio. Ambas estábamos cavilando sobre si su pareja de verdad la quería o sobre si su relación estaba abocada al fracaso. “Pues no recuerdo cuándo fue la última vez que me lo dijo mi marido, la verdad”. Argumenté con la seguridad de sentirme querida a pesar de que esas dos palabras a las que les hemos dado tanta importancia, no sean mi pan de cada día. Porque, quizá, esas dos palabras están escondidas detrás de una batalla nocturna en la que tu pareja se levanta a matar al mosquito que a ti te pica pero a él no. O puede que estén ocultas detrás de tener tu cena favorita preparada por sorpresa después de un día de trabajo nefasto. O en acordarse de comprar tus galletas cuando va al supermercado o, incluso, en la foto de una noticia de periódico que te llega a madia mañana por WhatsApp porque le ha recordado a ti. A lo mejor están implícitas en que nunca pida pescado cuando salen a almorzar porque sabe que odias su olor o en coger el testigo y cargar con el mundo cuando a ti se te viene encima. Hemos idealizado dos palabras que sin una serie de acciones que las evidencien no valen nada. Hemos idealizado dos palabras que, en ocasiones, al oírlas desviamos la atención de cosas importantes como las faltas de respeto. “Te quiero” no lo vale todo. Tampoco lo justifica. Hay más amor en una mirada. En una caricia o en un “elige tú la peli” que en un sencillo “te quiero”. Huyamos de lo que el mito del amor romántico nos ha intentado vender y agradezcamos esos pequeños detalles que hacen grande la pareja. Ahí, en medio de esas “insignificantes” acciones, se esconde el verdadero “te quiero”.

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