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Antonio Perdomo Betancor

OBJETOS MENTALES

Antonio Perdomo Betancor

El odio en tiempos ruines

No es tanto que la verdad haya muerto por cuanto que la verdad de los hechos siempre está disponible para aquellos que con ella quieran concertar una cita. Pero para una cita así se requiere pagar un precio, en ocasiones es un precio más o menos soportable, no ajeno al ostracismo, la soledad o el apartamiento y, en otras, el precio es uno altísimo. Lo cierto es que la verdad, como la libertad en proporciones similares, gozan de indisimulada mala acogida, en especial, en las sociedades infectadas, intoxicadas por el odio y la impudicia.

No alcanzo a comprender en una primera instancia, cómo un individuo en el tránsito de sus quehaceres cotidianos propina un puñetazo a una señora en la cara rompiéndole el tabique nasal, requiriendo por causa de dicho asalto malhechor la asistencia traumatológica y posterior asistencia psiquiatra postraumática. ¡Tan devastadora es la violencia! Este incidente ocurrió en la Ciudadela de Barcelona cuando dicha señora deshacía uno de esos lazos amarillos que festoneaban las inmediaciones. En estos días se dictó el fallo de esa agresión. Condenatorio. En el asalto que desató tamaño diapasón de violencia y desproporcionada fuerza, el protagonista aderezó la interlocución boxística con la siguiente expresión: “extranjera de mierda, vete a tu país, y no vengas a joder la marrana aquí (sic)”. Eran los momentos álgidos del procés catalán. Excepto en un caso patológico de enajenación mental, por mi experiencia vital, pienso que las personas van por la calle ocupadas o ensimismadas, tejiendo pensamientos, instaladas de manera general en su burbuja de laboriosidad, acaso con paso apresurado o despreocupadamente en su puro vivir. Pero no propinan puñetazos. A no ser que, desde un sectarismo programado, desde instituciones o entes tolerados ad hoc, promocionen, induzcan, directa o indirectamente, hagan factible un escenario de repulsión xenófoba y /o política que motive la agresión verbal o física. Cuando desde las instituciones se atribuye radicalmente el mal a los otros, a una parte de la población, en oposición a un bien absoluto de lo propio, se desencadenan fenómenos de terrible violencia. La intoxicación ideológica desvergonzada de las mentes promovida por el odio político crea una burbuja facilitadora de la agresión. El interfecto que agredió a la señora salió del juzgado con una pieza de ropa arrollada a la cabeza. Suele ser usual. Taparse la cabeza, la cara de esa guisa revela la asunción de cierta culpa y vergüenza, por la pérdida del public self o yo publico. Es la prueba indiciaria de una reprobación interior. Pegar inopinadamente en la cara a una persona, mucho más si se trata de una señora, desconocida por otra parte, y traicioneramente, que pasea con sus hijos pequeños por una causa como hablar otro idioma (la oyó hablar en ruso) o por una opinión política supone, antes de nada, un aprendizaje previo, y señala acusadoramente la devastación moral de una sociedad. Por otra parte, requiere de una gimnasia mental continuada, una cota de violencia tan singular y de ese tenor sólo se logra mediante adoctrinamiento, programas metódicos de inducción, apoyados por omisión o comisión de medios que hagan de altavoz de mensajes meméticos, hasta la obsesión. A mi parecer, esta situación ocurre cuando las virtudes públicas de quienes detentan las instituciones sociales llegan al fondo de la deshonestidad, dejando a la sociedad inerme, y el camino libre a la barbarie.

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