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Punto de vista

Nadia y Quincy

Para contar bien una vida es importante hallar el punto de inflexión. El punto de inflexión es un suceso que cambia el tono de todos los sucesos ocurridos hasta entonces. Puede ser un viaje, un amor o una decisión que separa del presente a la persona que la toma y la lanza al futuro o la ancla en el pasado para siempre apartándolo de lo que estaba llamado a ser. El punto de inflexión no tiene por qué ser un drama, un trauma o una tragedia. De hecho, en una buena historia suele ser un episodio que a ojos desentrenados pasa desapercibido: un hecho no subrayado pero que lo marca todo.

Es muy difícil decir cuál es ese giro en una vida como la de Quincy Jones. Más aún si el relato lo construye el interesado y su periplo vital está repleto de nombres como los de Frank Sinatra, Michael Jackson, Sarah Vaughan, Ella Fitgerald, Oprah Winfrey o Will Smith. Un hombre que ha producido discos como Thriller o Basie and Beyond; películas como El color púrpura y ha sido amigo y compañero de lucha de Martin Luther King.

Hoy sale a la venta esa autobiografía, editada para España por Libros del Kultrum casi 10 años después de ver la luz en EEUU. Para complicar la búsqueda del punto de inflexión en esa vida, la intimidad de Quincy es tan prolífica como su obra y está plagada de mujeres. Desde una madre, Sarah, cuya enfermedad mental condiciona la vida del músico de una forma cruel; pasando por la abuela paterna que había sido esclava o sus tres exmujeres, en el libro aparecen también amantes, novias o romances de una noche por las que él muestra respeto y admiración.

Un océano y mil cosas más

Son muchas las personas y las anécdotas, pero entre todas, solo hay una capaz de cambiarle el ritmo a la prosa de Jones, tan hábil con la pluma como con la partitura. Se llama Nadia Boulanger y la conoció en París, en los años 50, cuando ella ya tenía 70 y él 25. Los separaba un océano y mil cosas más. Nadia era blanca, mayor, europea y ya maestra. Quincy era negro, joven, americano y aunque ducho ya en producir, tocar y arreglar canciones, muy consciente de ser aún un pupilo. Al menos ante ella, mentora de ilustres como Leonard Bernstein o Igor Stravinski, y la primera mujer en dirigir la Filarmónica de Nueva York. «Quise saber todo lo que pudiera enseñarme de composición», cuenta sobre alguien que no aceptaba a casi nadie en sus clases. Sí a Quincy Jones.

En su casa de Fontainebleau, le dio herramientas de la música clásica para que hiciera jazz, pop o lo que le viniera en gana: «El tipo de música es irrelevante», le indicó ella. «Tú llevas dentro algo único e importante. Dedícate a explotar esa veta», le aconsejó. «Sensación, sentimiento, convicción, vínculo y conocimiento», le enumeró para hacerle ver lo que diferencia a un músico de un artista. «Yo adoraba a Nadia», confiesa Jones en esas páginas, algo en lo que redunda en sus entrevistas, en las que habla de ella bajando un poco los ojos, también la voz, como susurrando. «Lo que más me gustaba era hablar con Nadia de música», cuenta en su libro con una pausa y un compás que no aplica a ningún otro personaje. Ni siquiera parece ahí el Quincy sonriente y chispeante, sino el tipo silencioso y un poquito atormentado que describen sus más próximos.

Es normal sobreactuar en público y ante extraños y querer parecer más guapo, más listo y seductor ante un mundo que mide el éxito de los artistas por las fiestas a las que acuden y los premios obtenidos. Pero nadie puede esconderse ante un espejo perfecto. El de Jones es Boulanger, que no ocupa más de 20 páginas de un libro de casi 500, pero son suficientes para comprobar que el productor no solo la respeta sino que fue con ella la primera vez que él se respetó a sí mismo. Eso sí que es un punto de inflexión. «Trabajar con Boulanger validó a Jones como un compositor y arreglista serio», comenta Clarence Bernard Henry en otro libro, Quincy Jones: His Life in Music.

El trompetista Benny Carter dijo algo interesante al respecto: el éxito alcanzado por Jones ha eclipsado su talento. Algo así ocurre en sus memorias, muy jugosas, pero tan llenas de peripecias y apellidos deslumbrantes que a ratos opacan lo relevante: el creador tan imponente que es Quincy Jones.

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