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Entender + CON LA HISTORIA

Los libros del paripé

A juzgar por la cantidad de libros que aparecen en las videoconferencias, deberíamos tener uno de los índices de lectura más elevados... a no ser que solo se tengan de adorno. 

La pandemia nos ha obligado a desarrollar habilidades que nunca jamás habríamos pensado que seríamos capaces de tener: podemos calcular cuánto son dos metros de distancia social con solo una mirada, hemos aprendido a abrir la puerta de casa sin tocar el pomo con las manos y a llamar el ascensor con el codo. Y, por encima de todo, nos hemos convertido en ninjas de las videoconferencias. Después de un año teletrabajando ya (casi) no fallamos en abrir y cerrar el micro y ponemos la cámara haciendo un encuadre perfecto. A juzgar por lo que enseñamos todos, la mejor solución parece ser una buena pared forrada de libros. Un muro de letra impresa que da empaque y prestigio, y quita el hipo a los interlocutores que husmean intentando saber cómo es nuestra casa. Un hogar con tantos libros es casa de persona culta y refinada. O por lo menos de alguien que se ha gastado una fortuna en libros. Que una cosa es tenerlos y la otra haberlos leído.

Pero si cada vez que se conecta la cámara hay la impresión de que el atrezo doméstico es pobre, se puede pedir socorro a un especialista. La empresa Bookbarn International hasta ahora tenía por clientes a Netflix, Marvel Studios, la BBC... a quienes proveen de decorados para sus producciones. Pero, tal y como explicaba su propietario a la cadena pública británica, los últimos meses están recibiendo pedidos de personas particulares, que requieren sus servicios para llenar los estantes de la zona de casa donde hacen los zooms y los skypes laborales. Algunos simplemente encargan unos cuantos, pero otros compran librerías enteras y la empresa les atiende con mucho gusto ofreciéndoles varias opciones. Pueden seleccionar los ejemplares por título, por temática o, simplemente, por color sin prestar atención si en pedido se incluye un manual de veterinaria ganadera o las memorias de Winston Bogarde. La cuestión es que tengan los lomos bien bonitos para que luzcan bien a través de la pantalla del ordenador.

“Hay muchos que sin demasiada educación usan los libros como simple decoración para el comedor”. Esta frase tiene dos mil años. La escribió Séneca el s. I d.C. harto de ver cómo los ricos se gastaban un dineral en libros solo de adorno, porque no tenían ninguna intención de leerlos. No, no es nada nuevo esto de darse importancia comprando libros.

Durante la Edad Media, muchos nobles siguieron el ejemplo romano e invirtieron fortunas en sus bibliotecas particulares ya que tener una era símbolo de estatus. Con la llegada de la imprenta dejó ser algo exclusivo de la aristocracia y los mercaderes y demás gente adinerada tenían buenas bibliotecas, no porque les gustara la lectura sino porque se la podían permitir. Era una manera de hacer ostentación de la riqueza que tenían.

En el siglo XIX los libros estaban al alcance de mucha más gente. Ya no era cuestión de tener libros sino de qué clase de libros se tenían. Fue el momento en que se empezó a delimitar la frontera entre la alta cultura y aquellos productos editoriales pensados ​​para las masas. Todavía hoy somos herederos de esta dicotomía. Se presupone que si se lee según qué se tiene más nivel que si uno se decanta por títulos que escapan a los cánones de la alta cultura. Esto lo saben bien los aficionados a la literatura de género. Leer novelas policiacas o de ciencia ficción daba menos puntos para entrar en el Olimpo de la cultura que los que se decantaban por títulos y autores consagrados.

Aura de distinción

La irrupción del mundo digital ha tenido un efecto curioso. Ahora se lee mucho a través de la pantalla electrónica y esto ha hecho que el libro, como objeto físico, haya recuperado el aura de distinción de épocas pretéritas. Es un camino similar al que está siguiendo el disco de vinilo ahora que todo el mundo escucha música en streaming.

Solo hay que hacer la prueba yendo en transporte público y comparar el efecto que nos produce ver a una persona leyendo una pantalla (móvil, e-reader, etc.) y una que lo hace con un libro de papel. Por eso cuando hacemos las reuniones remotas nos aseguramos de que se vean bien nuestros libros y no la tableta.

Apariencias

Los cuadros, también


El libro no es el único objeto cultural que ha actuado como elemento de distinción. La burguesía barcelonesa del siglo XIX era muy aficionada a comprar cuadros en la Sala Parés, pero más que tener en cuenta la calidad de las telas se fijaban en los colores y en la forma del marco, para que conjuntara con los muebles del comedor. 


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