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José A. Luján

Piedra lunar

José A. Luján

La Casa-Museo Pérez Galdós

El centenario de la muerte de Galdós cierra su conmemoración, pasando las “siete llaves del sepulcro del Cid”, tras haber sufrido la merma de una augurada brillantez, malograda como hito cultural. A comienzos de 2020 nadie podía sospechar que una insólita pandemia iba a pasar como una apisonadora sobre las vertientes socioeconómicas, culturales y personales de nuestro Planeta. Confinamiento, lavado de manos, mascarillas, distancia social, aforo de locales, prevención sanitaria, limitación perimetral, restricción de movilidad. Todo ello ha condicionado nuestro estar en el mundo, tal y como lo hacíamos hasta marzo del pasado año, a la par que se creaban insólitos iconos en nuestras vidas. El calado ha sido de tal envergadura que, como símbolo estético de esta época, una mascarilla se exhibe como pieza de arte en el MoMA de Nueva York.

Y si todo centenario es ocasión para aventar las múltiples vertientes de una biografía o de un acontecimiento, el de Galdós se convirtió, con la virtualidad de por medio, en un querer y no poder en cuanto al magnetismo de la ciudadanía. Los intereses culturales han quedado desdibujados y tristemente se rememorarán como una caricatura, sin haber alcanzado el rango de una actualización de obra y autor.

En el largo recorrido post mortem, entre 1920 y 2020, en torno a don Benito han surgido significativos acontecimientos, desde la investigación académica, con múltiples tesis y eruditas monografías; creación de cátedra específica en la ULPGC; reedición de su obra; jornadas galdosianas o la expansión en universidades del ámbito hispánico; estatuaria y otros reconocimientos. Hay que reseñar, además, la oportunidad de la publicación de sendas biografías elaboradas por dos galdosianos de bandera como son Yolanda Arencibia y Ricardo Gullón, que, en conjunto, suman mil cuatrocientas páginas.

No obstante, el mayor acontecimiento ocurrido en esta centenaria trayectoria es el significado que para esta ciudad y para el hispanismo tuvo la apertura de la Casa Museo Pérez Galdós, en 1964. Esta sede ha sido un faro de luz que entonces encendió su linterna y no ha dejado de brillar en las cinco últimas décadas y algo más. Tal vez, una “Memoria” que alineara los eventos desarrollados en su seno sea, más que un rutinario repertorio, una manera de dejar testimonio de la intrahistoria cultural tanto de actos realizados por iniciativa institucional como por ciudadanos impulsados por su creación artístico-literaria.

Sin embargo, ahora que culmina el centenario, no debemos olvidar la ímproba fortaleza que entonces mantuvieron personas e instituciones ante los furibundos ataques del obispo Pildain. El prelado vasco está ahí, con su perfil ideológico y de indiscutible compromiso social, como personaje brillante en la historia de Canarias, ante el que nadie se muestra indiferente. Sin embargo, leyendo ahora, con la perspectiva de casi seis décadas, sendos oficios en contra de la apertura de la Casa Museo Pérez Galdós, no dudamos en calificar, aun en medio de la dictadura franquista, un posicionamiento teocrático mantenido por el rutilante prelado.

Un oficio dirigido al Jefe del Estado Español, y, otro, al Gobernador civil de la Provincia, son escritos que se catalogan como históricos, emanados de la máxima autoridad religiosa de la diócesis. Como tales documentos, firmados en la cama de una clínica de la ciudad y divulgados a través de la precaria emisora Radio Catedral, configuran testimonios dignos de ser considerados materiales de realismo mágico, y, por tanto, novelables en el contexto de una época.

1964 eran años de nuestra primera juventud y, por tanto, sin capacidad de interpretación de todo aquello en su sentido preciso. Sin embargo, sí fuimos capaces de llegar a pensar que se había formado una hoguera con los personajes de la vida pública que serían excomulgados de las prácticas religiosas que eran fundamentos de sus convicciones cristianas. Uno de aquellos personajes, que ejercía la función de presidente del Cabildo, era natural de nuestro pueblo, que tomaba café en el patio de nuestra casa, y a quien acompañábamos en jornadas cinegéticas por los parajes de la cumbre. Por ello, aquel mandato episcopal nos llenó de zozobra.

Ni que decir tiene que la Iglesia no ha sido plenamente lineal en sus fundamentos de moralidad en los últimos tiempos ¿Qué hubiera manifestado Pildain ante los hechos de pederastia del clero, en todas las latitudes, que se remontan a cincuenta años atrás? o ¿ante la burla al protocolo de vacunación del actual obispo de Tenerife?

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