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Abrir la mente

El columnismo de periodicidad semanal en este periódico iluminó la vida del catedrático Jorge Lozano, precisamente en el momento en que este país se oscurecía por los efectos de la pandemia.

El semiólogo ejerció dicho menester con los lectores unos nueve meses, más o menos, hasta que la Covid-19 se lo llevó a un hospital donde fue entubado y ya no salió con vida. Palmero sin desmayo, pensaba ya en compaginar la condición de emérito de su cátedra de la Complutense con pausas en la Isla, a la que no pudo llevar a Umberto Eco -murió antes- para que hablase de San Borondón. De una erudición volcánica, en la docencia de finales de los ochenta en la Facultad de Periodismo de la Complutense ya ejercía de verso suelto frente al plantel profesoral llegado de la Escuela Oficial de Periodismo.

Tal es así, que en aquel tiempo de efervescencia de todo lo más moderno era asistir a su seminario sobre la seducción, donde le abría literalmente la mente a los alumnos con sus recorridos prodigiosos entre las citas de los clásicos. Asistí a estos aquelarres del pensamiento, donde los canarios -por afinidad natal- éramos bien recibidos por el profesor, al que en alguna ocasión le llevamos una botella de buen whisky al precio de los restos de las ventajas del puertofranquismo isleño. Tres décadas después nos volvimos a encontrar por culpa de La penúltima palabra, la columna con la que el catedrático desarrollaba un esfuerzo títánico: encapsular sus conocimientos en un espacio breve.

El escrito, que empezaba a prepararlo desde el fin de semana para enviarlo el miércoles, tenía como prolegómenos la búsqueda de la foto, una imagen que solía salir del espectro cinematográfico o de una obra de arte. La elección ya abría un diálogo, el primero antes de llegar a la entrega del artículo, que, alejado de su estratosférica condición intelectual, ponía a disposición del receptor a efectos de conocer su opinión. ¿Qué le puedo decir al antiguo responsable de Revista de Occidente, al exdirector de la Academia de Roma, a una autoridad de la semiótica? “¿Dime qué te parece?”. Le agradezco estas conversaciones atropelladas en las que volvía ser un alumno de la Facultad, en las que combinaba -sin extenderse demasiado- los miedos de la pandemia con asuntos en los que era el especialista: el secreto, el engaño, la mentira, la desinformación, la sobreinformación, la fake, el bulo, el big data, la moda, el selfie... Jorge Lozano fue un pionero en advertir los efectos de la recopilación de datos y la utilización de los mismos por grandes corporaciones financieras o empresariales, también de la manipulación por parte de los gobiernos. “Sorprende mucho la foto reciente en la que los presos independentistas se han colgado los carteles de ‘amnistía’, palabra que proviene de amnesia. La amnistía consistía en tirar al río Leteo, el de los muertos y el del olvido, los crímenes que merecería la amnistía, y así queda todo olvidado”, destacaba en un comentario.

Una sabiduría -tan poco valorada en este país- que desemboca en su querido Grupo de Estudios de Semiótica de la Cultura (Gesc), núcleo de ideas, aunador de discípulos, que, por desgracia, deja de contar con su voz en un momento en que se han encendido todas las alarmas sobre las malformaciones de las democracias con respecto a la privacidad e intimidad. Una de sus ilusiones para el final de la pandemia era una iniciativa con el Instituto Astrofísica de Canarias (IAC), algo que lo tenía atrapado pero cuyo contenido no quería adelantar, como buen maestro de la seducción. Su marcha ha sido una mala pasada, un encolerizamiento malsano de los dioses, siempre dispuestos a ponernos a prueba. Sobre todo a ti, que creías en la vida y el fuego.

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