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La escena que desencadena el 'sofagate'.

Entender + CON LA HISTORIA

Xavier Carmaniu Mainadé

El honor de sentarse en el sofá

En las relaciones internacionales los detalles son importantes, sobre todo cuando se trata de reuniones con interlocutores hostiles. Cualquier pequeño elemento puede servir para enviar un mensaje a la opinión pública. Por esta razón ha levantado tanta polvareda el llamado sofagate, que no es otra cosa que haber relegado a un sofá a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, durante el encuentro que las autoridades europeas mantuvieron con Turquía. El presidente Erdogan se sentó en una silla junto al presidente del Consejo Europeo, Charles Michel. La imagen de von der Leyen sin saber dónde sentarse dio la vuelta al mundo.

El hecho de que un país musulmán utilice este mueble para degradar a una autoridad internacional es de un infantilismo lamentable. De hecho si alguien suficientemente ágil hubiera querido responder, le hubiera podido explicar a Erdogan que los inventores del sofá son ellos y, en consecuencia, estaba despreciando su propio patrimonio histórico queriendo seguir unas normas protocolarias a la occidental.

Sofá es un término de origen árabe que no se incorporó a las lenguas europeas hasta el siglo XVI, por influencia de su contacto comercial con los territorios del Imperio otomano, o sea, la actual Turquía. Originariamente un soffa o suffa era una plataforma alta utilizada para recibir personalidades destacadas. A partir de allí, fue evolucionando.

En la Europa medieval nuestro sofá no se conocía. Es más, posiblemente hubiera sido considerado pecaminoso usarlo. Las autoridades eclesiásticas y muchos teólogos creían que un excesivo confort y placer corporal (sí, en todos los sentidos) conducía a la sensualidad, a estar más pendiente del cuerpo que del alma y, en consecuencia, había el peligro de alejarse de Dios, algo imperdonable para la forma de pensar de aquellos tiempos.

Así pues la austeridad marcó el mobiliario europeo hasta la época del Renacimiento. Aquella etapa significó una revolución de las mentalidades en muchos aspectos. Entre otras cosas sirvió para prestar más atención a la realidad física. Esto, que se puede apreciar en la manera que tenían los grandes artistas de representar el cuerpo humano de forma mucho más realista que en épocas anteriores, también tuvo traducción en aspectos de la vida cotidiana como el mobiliario.

Además, fue durante esa época cuando la tapicería irrumpió con fuerza en el campo de la decoración. Se ponía en todas partes: desde las paredes hasta las sillas y los bancos, a los que además se añadió algo de relleno para hacerlos más blandos.

Un poco más adelante, en Inglaterra, el sofá recibió el empujón definitivo. Philip Stanhope era un político y diplomático de los más importantes de principios del siglo XVIII. Acostumbrado a reunirse con mucha gente, se dio cuenta de que hacían falta un tipo de asientos colectivos donde poder sentarse con comodidad y sin peligro de que se arrugara la ropa. El resultado a su petición fue un sofá de piel abotonado que aún se fabrica. Stanhope era el cuarto conde de Chesterfield. ¿Es fácil adivinar el nombre del modelo de sofá en cuestión, verdad?

Los reyes franceses no podían ser menos y, en Versalles, primero Luis XIV y después Luis XV fueron unos grandes innovadores en el campo del mobiliario. Para una monarquía absolutista como la suya, el lujo y la ostentación eran una manera muy convincente de demostrar que eran el estado más poderoso del mundo. Entre sus aportaciones hay que citar, por ejemplo, la chaise longue.

Huelga decir que los primeros beneficiados de aquellas comodidades fueron los aristócratas. Luego vinieron los burgueses, que los imitaban en todo lo que podían. En el siglo XIX, cuando las viviendas de las clases adineradas comenzaron a tener espacios para la sociabilidad, como las salas de estar, los sofás entraron en las casas.

Con el paso de las décadas, su presencia se expandió entre las clases populares y ahora ya está presente en la mayoría de los hogares. De hecho, forma parte de nuestra pecaminosa santísima trinidad contemporánea: sofá, peli y manta.

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