La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Desirée González Concepción

El silencio como oportunidad

Debido a una reiterada afonía provocada por mi profesión como maestra, el médico especialista creyó necesario recetarme 15 días de silencio absoluto. Por supuesto, nunca había permanecido tantos días sin hablar y se me planteaba un enorme reto por delante. Desde el principio, supe que me negaría a abalanzarme sobre el whatsapp para que me rescatara de la evidente incomodidad. Me propuse aceptar el desafío; algo me empujaba a que ese silencio fuera más allá del hecho de no emitir sonido alguno. El planteamiento para mí estaba claro, asumir el silencio «impuesto» como una oportunidad. Oportunidad también para detener el parloteo constante de mis pensamientos. Aquietar mi mente, sería otra manera de recuperar el silencio en mi vida. Enseguida recordé una frase de uno de mis poetas preferidos, Mario Benedetti: «Hay pocas cosas tan ensordecedoras como el silencio» y, no me avergüenza decir que en un primer momento, entré en pánico debido al desconcierto...

La gente que me escribía tampoco ayudaba mucho: «Si me pasa a mí, me corto las venas», «¿cómo vas aguantar sin hablar?» «muchacha, aprovecha y ordena los armarios», «pobrecita»,… Me bajaba del mundo durante dos semanas y quería romper con la creencia absurda de exprimir hasta el último minuto para hacer no sé qué. Pensé que, efectivamente, sin trabajo y sin ocio mucha gente se lanzaría por el balcón. Demasiado tiempo para pensar, demasiado vacío por llenar,…

Los primeros días, dentro de la inercia del hacer, algo me impulsaba a no parar. Incluso me preparé un horario para no «desaprovechar» el tiempo. Roperos, limpieza en general, nuevas recetas, algún paseo a la orilla del mar, lectura, escritura, pequeños ratos de whatsapp… Todo organizado, todo controlado.

Pero, afortunadamente, gracias al silencio, los pensamientos también se fueron acallando y fue en ese momento cuando pude escapar de mi mente ruidosa. Al observar la situación con la perspectiva necesaria, comprobé que cometía el mismo error que antes había criticado. Ocupaba mi tiempo, de forma algo diferente, pero la idea de evasión continuaba presente. Desperdiciaba la ocasión; invertía todo mi tiempo libre, en su lugar, podría dedicarme simplemente a «no hacer». Fue entonces cuando me propuse cada día dejar espacio al vacío, a estar conmigo sin «producir». Mirar al techo, respirar conscientemente y meditar se convirtieron en parte de mis actividades habituales. Al principio dolía; la sensación de impaciencia, malestar y hasta de inutilidad invadía en ocasiones mi cabeza. Pero procuré perseverar, no había amenaza alguna mas que la preocupación de no cumplir con mi extravagante horario.

En los últimos días de mi retiro particular, confirmé que, efectivamente, había aprendido a «perder» el tiempo. Ahora sabía escuchar sin preparar la respuesta con prontitud, podía comer saboreando poco a poco, empezaba a entender el concepto de «despacio» y lo respetaba enormemente. Estaba preparada para eliminar de mi vida todo lo superfluo, todo lo que me restaba energía y estaba preparada para «hacer argollas» en casa, sin sentirme culpable por ello. Sin duda, una experiencia brutal y una lección de vida maravillosa. Agradezco profundamente ese silencio que me acompañó durante dos semanas y que me obligó a salir de mi apreciada zona de confort. Ojalá todos tuviésemos la oportunidad de acercarnos al silencio al menos una vez en nuestras vidas.

Compartir el artículo

stats