La Provincia - Diario de Las Palmas

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Marrero Henríquez

Escritos antivíricos

José Manuel Marrero Henríquez

No responde

En el chiste no es una mujer la que no responde a las llamadas, es el gorila el que no responde, y no sólo no responde sino que tampoco tiene la iniciativa de telefonear o escribir para contactar con el turista al que sodomizó cuando le dio la espalda despistado. Al gorila le importó un pimiento el turista, simplemente se alivió con él y lo despachó sin miramientos. 

Lo sucedido en la jungla no tiene gracia ninguna, el chiste que lo cuenta sí. La gracia está, en parte, en el efecto sorpresa. El turista, de regreso en casa, cuenta con pelos y señales el asunto de su violación a un amigo que queda muy apenado por esa historia tan desgraciada y que el turista termina con una frase suspirante y quejumbrosa: “jodido gorila”. El amigo, para atenuar su sufrimiento, comenta contrito: “ya, me imagino, qué trauma, ten paciencia, ya verás que el tiempo lo cura todo”. Pero el turista, sorprendentemente y de manera imprevisible, lejos de sentirse abatido y humillado por haber sido sodomizado y violado, se muestra deseoso y añorante, y le replicará a su amigo, lleno de amor enamorado: “pues sí, qué horror, fíjate tú, lo llamo una y otra vez pero ni me coge el teléfono, ni me contesta, ni me escribe”. 

Esa respuesta torna de manera inesperada el trauma de una violación entre machos de diferentes especies en una romántica historia de amor no correspondido. Resulta que lo que el amigo y los oyentes del chiste descifran como el drama de una violenta sodomía, es en verdad la narración de un enamorado que expresa entre apasionado y melancólico el deseo de volver a tener relaciones con el gorila que lo sodomizó.

La gracia no sólo está en el efecto sorpresa, está también en la presencia de situaciones inhabituales cuando no absurdas: el amante macho desdeñado por otro macho, un hombre enamorado de un gorila, la relación homosexual de animal selvático y animal humano, la violación y la sodomía como fuentes de enamoramiento, la barbarie en el seno de la civilización. Un hecho penal de gran seriedad se torna chiste porque los roles y los sentimientos carnavalescamente se dislocan y porque se frivoliza la humillación al transformarla en una fuente de deseo irrefrenable.

El inmunizado piensa en el chiste del gorila porque acaba de ver una película de Tarzán. Por eso, por ver a Tarzán, se pregunta qué tipo de relaciones habrá tenido el Rey de los Monos con Chita, si habrá sucumbido a sus encantos, con la boquita pintada, o si Chita habrá preferido tener relaciones lésbicas con Jane, a escondidas, mientras Tarzán se iba a pelear con los cocodrilos, o si habrán disfrutado todos juntos de un menage a trois, arriba, en la choza que tenían en lo alto del árbol. Piensa que, tal vez, fuera de cámara, el elefante que siempre aguarda al pie del árbol ha utilizado su trompa para algo más que para tirar del rudimentario ascensor y haya servido para satisfacer los deseos más extremos de Chita, Jane y Tarzán.

Hay en el chiste del gorila, piensa el inmunizado, un machismo irredento disfrazado de gracia. Y no importa, tampoco se trata de ser políticamente correcto. Hay que reírse de las cosas, incluso de las desgracias, propias y ajenas, y, además, en el fondo, y en la superficie, ¿no son ese chiste y esa orgía selváticos unas hermanitas de la caridad comparados con la basura que consumen los jóvenes en cantidades industriales al oír reguetón, video-jugar a guerras y desastres, y ver series y películas donde no se hace otra cosa que buscar el sometimiento, el dolor y la desgracia ajenas? Frente a la glorificación de las armas con que la industria audiovisual inunda a escala planetaria los cerebros de la gente, el gorila violador de la selva no es más que un gorilita inocentón de nada.

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