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Xavier Carmaniu Mainadé

Entender + con la Historia

Xavier Carmaniu Mainadé

Entierro exprés del padre de la peseta

Adiós a la peseta

Fieles a esperar al último momento para hacer las cosas, las sucursales que el Banco de España tiene por todo el territorio están más concurridas que nunca por gente que quiere canjear monedas y billetes de peseta por euros actuales. Hace 18 años que se puede realizar esta operación, pero nada como la emoción de apurar el plazo hasta el último minuto. Y es que hoy termina la vida de la peseta, que inició su recorrido en 1868.

Aquel año se produjo la Revolución de Septiembre liderada por el militar Joan Prim. A la hora de configurar el nuevo Gobierno con el objetivo de renovar el país, se encargó la cartera de Hacienda a Laureano Figuerola Ballester. Había nacido en Calaf en 1816 y era economista y doctor en Derecho por la Universitat de Barcelona. Además, aparte de ser profesor en la Universidad de Madrid, también era muy activo políticamente desde sus años de estudiante.

Como ministro, una de las principales misiones de Figuerola fue ordenar el sistema monetario español que estaba muy fragmentado. Si bien con la llegada de los Borbones en el siglo XVIII se había comenzado un proceso de unificación, este no había culminado. De hecho, en 1868 todavía circulaban 97 tipos de monedas diferentes. El ministro decidió crear una unidad de cuenta que llamó peseta, inspirándose en una moneda de poco valor que existía en Cataluña. Aparte de regular la situación interior, Figuerola aspiraba a preparar el sistema español para incorporarlo a la Unión Monetaria Latina promovida por Francia, Suiza, Bélgica e Italia; un proyecto –considerado por muchos como un antecedente de la creación del euro en 1999– que no llegó a convertirse en realidad.

De la historia de la peseta ya se ha hablado mucho, pero de su creador no tanto. Laureano Figuerola dejó el ministerio en 1870 y, al cabo de dos años, fue presidente del Senado. Cuando en 1873 España proclamó la Primera República, se mostró favorable al nuevo régimen y cuando en 1875 los Borbones recuperaron el trono en la figura de Alfonso XII, fundó el Partido Republicano Progresista. En 1885 aún fue elegido concejal del Ayuntamiento de Madrid y los últimos años de su vida presidió la Real Academia de las Ciencias Morales y Políticas.

Figuerola murió el 28 de febrero de 1903 en Madrid pero, en cumplimiento de su voluntad testamentaria, tenía que ser enterrado en Girona, donde reposaba su esposa, Teresa Barrau Esplugues, fallecida en diciembre de 1899. Así pues, el 2 de marzo de 1903, el cadáver del padre de la peseta fue acompañado por una comitiva fúnebre hasta la estación, donde se cargó en un tren para llevarlo al lugar de su última morada. Para evitar la descomposición del cuerpo, el ministro difunto fue embalsamado. El convoy llegó a Girona a las once menos cuarto de la mañana del día 3. En teoría, el sepelio se tenía que celebrar por la tarde con todos los honores que merecía una personalidad de aquel rango, pero la comitiva que había acompañado el féretro desde la capital española, encabezada por dos de sus yernos, tenía prisa por volver a la Villa y Corte y, para tener tiempo de coger el tren de vuelta ese mismo día, se decidió dar sepultura al ministro Figuerola a las dos y media sin avisar a las autoridades locales, que, cuando quisieron darse cuenta, la cosa ya estaba hecha y los de la comitiva montados en el tren camino de Madrid.

Aquella manera de proceder cayó como un jarro de agua fría en la ciudad y fue la comidilla de todos. ¡No se enterraba un ministro cada día! Y para una capital de provincias como era la Girona de 1903, aquel hecho era un acontecimiento de primera magnitud. Como se lamentaba el Diario de Gerona, «no pudo darse a conocer el cambio a todas las personas invitadas, no asistió tanta concurrencia como de otro modo hubiera asistido».

Si alguien le quiere ir a rendir homenaje, su tumba es fácil de encontrar. Es un panteón diseñado por Josep Oriol Mestres, un prestigioso arquitecto de la época, famoso por haber diseñado la actual fachada de la catedral de Barcelona porque, aunque no lo parezca, es de la misma época que la peseta de Figuerola. Pero esto, si acaso, ya lo contaremos otro día.

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