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Humberto Hernández

Observatorio

Humberto Hernández

Con la venia de sus señorías

En la terminología lingüística, el género es una categoría gramatical por la que se expresa la concordancia entre los elementos de un sintagma; así, mano, por ejemplo, es palabra de género gramatical femenino porque exige adjuntos que concuerden con ella: la mano; una mano delicada, mientras que niño los requiere en masculino: este niño, un niño desinquieto. Pero si en mano el accidente gramatical se queda en eso, en simple accidente gramatical, en niño el género masculino, representado en este caso por el morfema –o, significa, además de la exigencia combinatoria, que al significado de niñ- (‘persona que se encuentra entre el nacimiento y la pubertad’) se le añade el de su sexo, varón, en este caso. Pero no siempre la situación presenta esta regularidad, y se observan casos en que el género no es suficiente para indicar el sexo, que se hará añadiendo un adjetivo (el águila macho / el águila hembra), o que con cualquiera de los dos géneros se pueda hacer referencia a un grupo de seres animados constituido por individuos de los dos sexos (la ciudadanía, el profesorado, la judicatura). La lengua cuenta además con el económico recurso del denominado masculino genérico (los canarios = las canarias y los canarios), que suele utilizarse cuando existen plenas garantías de que en dicho masculino quedan incluidos hombres y mujeres: no es lógico pensar que se excluye a las mujeres canarias en una frase como «Los canarios disfrutamos de un clima benigno».

Con la venia  de sus señorías

Con la venia de sus señorías Pablo García

Es verdad que con las palabras se puede manifestar discriminación por razón del sexo (el machismo se refleja sin duda en la lengua), pero también se pueden expresar otras indeseadas actitudes de odio (xenofobia o aporofobia); o las que delatan aversión hacia las personas cuyo derecho a su propia identidad sexual no se respeta (homofobia o transfobia), así, fue transfoba la persona que se dirigió con el género masculino a una diputada transexual en la Asamblea de Madrid. Una sociedad cada día más sensibilizada con la justicia y la igualdad no puede menos que evitar que estas situaciones se produzcan; para ello hay que utilizar para conseguirlo todos los medios que estén a nuestro alcance: el principal, sin duda, es procurar a todos los ciudadanos, en todos los ámbitos, la formación y la cultura necesarias.

Sin embargo, se observa cierta tendencia a culpar a la lengua de todas estas situaciones injustas: «suprímase tal palabra de los diccionarios», piden unos; «añádase esta nueva acepción», solicitan otros; exigencias que suelen escucharse a menudo. Las conductas machistas, que continúan ahí, tristemente, pueden combatirse, sin duda, desde la lengua, usándola de tal modo que no sea excluyente o discriminatoria, haciendo uso del lenguaje inclusivo, aunque no vendría mal hacer notar que esta exigencia de la inclusividad en la lengua se está convirtiendo en preocupación principal y casi única en ámbitos de la Administración, muy por encima de otras formas de acabar con esta lacra, como distintas estrategias educativas, estrictas medidas judiciales con los maltratadores y protección a las mujeres afectadas. Esta preocupación por el lenguaje inclusivo se percibe a diario a través de la prensa, y, así, leemos en noticias recientes que se anuncia la clausura de un curso sobre el lenguaje inclusivo impartido en un Ayuntamiento, o la propuesta para que el lenguaje inclusivo pueda ser obligatorio en el Parlamento de Canarias.

Es posible que me equivoque, pero por lo que me dicen, muchos de estos cursos en los que se imparten lecciones sobre lenguaje inclusivo suelen quedarse en la recomendación de siempre: evitar el masculino genérico y utilizar voces y expresiones alternativas, como el alumnado o el profesorado, para no decir los alumnos o los profesores; la ciudadanía para evitar los ciudadanos, la profesión periodística por los periodistas, o, lo que es mucho más sencillo, aunque menos estético estilísticamente, construir series de sustantivos que expresan los dos géneros: las profesoras y los profesores, los alumnos y las alumnas, los ciudadanos y las ciudadanas, las diputadas y los diputados. Recurso este del desdoblamiento que, si bien asegura la inclusión de los dos géneros, presenta el inconveniente de que alarga excesivamente el mensaje y exige la constante explicitación de los dos géneros gramaticales, pues, de no mencionar alguno, tal ausencia, al mantenerse sin excepciones la relación entre género y sexo, podría ser interpretada como una efectiva exclusión de la persona o personas que representa el género no expresado. Por eso, y con razón, afirma la profesora Mamen Horno, que «el uso continuado del doblete implica que, poco a poco, el uso del masculino no nos incluya. En mi generación ―continúa Horno―, si un profesor decía ‘que levante la mano el niño que desee salir’, las niñas nos sentíamos aludidas; hoy en día no, o no siempre. Y es esta una consecuencia nefasta de doblar constantemente el masculino y el femenino. Máxime en algunos contextos, como el legal». («Bondades, peligros y redundancias del lenguaje inclusivo», letraslibres.com, 18-5-2021).

No niego la eficacia del recurso de la expresión de los dos géneros para dar la debida visibilidad de la mujer, pero existen también otros procedimientos que orientados en la misma dirección podrían contribuir a evitar el rechazo que el continuo desdoblamiento está provocando. Veamos algunas opiniones críticas en este sentido:

1. Hay quien rechaza el recurso del desdoblamiento por su propio efecto estilístico negativo, atribuible a «los excesos de lo políticamente correcto» que han contribuido a la confusión, pues «tener que repetir a cada instante todas y todos» o «ciudadanos y ciudadanas» rompe los nervios y la salud mental del más templado.

2. Otros no lo admiten por el carácter impositivo que se le ha dado a la recomendación, entendiendo, además, como único motivo de la discriminación sexual el uso del masculino genérico. Por eso no se recibe de buen grado que «sindicatos, partidos o ministerios presionen a los ciudadanos a utilizar el lenguaje de determinada manera», pues «son tan fundamentales los aspectos en los que las mujeres deben mejorar que carece de mayor importancia sentirse incluida en un plural masculino que se entiende como genérico».

3. La mesura viene de la mano de los filólogos, mujeres y hombres, quienes aconsejan procedimientos menos radicales y actitudes más tolerantes, pues si «desdoblar el género es una opción personal (que no arruina la lengua)», no desdoblarlo, igualmente, «es una opción personal que no tiene por qué suponer un ataque al feminismo».

Soy consciente de que participar de estas opiniones pudiera interpretarse como adhesión a los partidarios de actitudes contrarias a la causa feminista, que, por supuesto, defiendo; sin embargo, declaro mi total coincidencia con lo expresado en los tres puntos que destaco, a riesgo de ser objeto de críticas, pues me tranquiliza compartir estas opiniones de personas nada sospechosas de defender actitudes machistas, como lo son Rosa Montero, Elvira Lindo y Lola Pons; de sendos artículos periodísticos suyos he extraído las ideas expuestas: Existe (El País, 12-10-2010), Quiero (El País, 7-3-2012) y El árbol de la lengua (El País, 12-1-2019).

No niego la eficacia del recurso de la expresión de los dos géneros, pero existen otros procedimientos que podrían evitar el rechazo que el continuo desdoblamiento está provocando

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Es necesario, claro que sí, contribuir a erradicar el machismo y cualesquiera otras posiciones excluyentes, y, desde la perspectiva lingüística, puede y debe hacerse. Así lo ha procurado hacer el Parlamento de Canarias en la última redacción de su Reglamento (mayo de 2020), pues, aunque hay dobletes, a veces inevitables (la diputada o el diputado), se han eliminado duplicaciones anteriores utilizando voces como presidencia, vicepresidencia, secretaría y portavocía, y prefiriendo los pronombres sin marca de género: quien y quienes en lugar de el que y los que. Pero como difícil es proceder con absoluta regularidad, se les coló algún masculino genérico que, llevado al extremo de la interpretación, excluiría a las señoras diputadas. Así, en todos los casos en el Reglamento se habla de «los miembros de la Cámara»: «Los miembros de la Cámara electos que no pudieran prestar el juramento o promesa…» (art. 10.4), o «Los miembros del Parlamento serán inviolables…» (art. 13), ya que para que la expresión fuera totalmente inclusiva en este contexto habría que dejar bien claro que nos referimos a todos sus miembros, fueran hombres o mujeres. Dadas las circunstancias, pues, habría que proponer otra redacción como podría ser: «Los miembros y las miembros de la Cámara electos…», o «Los miembros del Parlamento, diputadas y diputados, serán inviolables».

Hay que aplaudir, ahora, el desiderátum expresado recientemente por el presidente del Parlamento de Canarias de hacer obligatorio en la Cámara el uso de un lenguaje inclusivo, ya que, si en buena medida se ha conseguido con la redacción del texto de su Reglamento, asunto bien distinto es conseguirlo en la oralidad, esto es, en las manifestaciones orales de sus parlamentarios. Y para no repetir las precisas orientaciones que ya han realizada otros colegas en este sentido (recomiendo las guías de la profesora Guerrero Salazar), expondré solo algunas sencillas recomendaciones extrapolables a otras situaciones comunicativas de igual o similar formalidad:

a) Debe evitarse el uso de palabras y expresiones malsonantes, ofensivas o denigratorias. Téngase en cuenta que la libertad de expresión no lo tolera todo.

b) Deben usarse de manera apropiada las fórmulas de tratamiento: evitar el tuteo y otras formas de excesiva familiaridad o confianza, como los hipocorísticos (Ani, Pepi o Chona, por ejemplo).

c) Debe prevalecer el usted y el adjetivo señor, señora o señoría, según corresponda: «Señor diputado» / «Señora diputada», nunca “Señora diputado”. Dígase «Señor González» o «Señora Pérez», nunca «Señora Josefa», de claras connotaciones rurales, ni el inadecuado por tantas razones «Señorita Trini».

d) El lenguaje utilizado habrá de ser siempre inclusivo, lo que no debe significar incurrir en la monótona repetición de los desdoblamientos. Mejor la ciudadanía en lugar de los ciudadanos y las ciudadanas; el personal sanitario antes que los médicos y las enfermeras, con poco afortunados estereotipos genéricos hacia estas profesiones.

e) Debe considerarse, por último, que la aspiración a lo inclusivo no debe estar reñida con el buen gusto y la economía del lenguaje. No parece necesario hacer explícita toda una realidad que ya el contexto y el entorno nos ofrecen sobradamente; valórese, por ejemplo, el tenor de estas palabras de apertura de una supuesta sesión parlamentaria: «Sean bienvenidas y bienvenidos, todas y todos, señores y señoras diputados y diputadas». ¿No parece que sería suficiente con «Sean bienvenidos todos, señoras y señores diputados»?

No voy a entrar en otros asuntos más técnicos, aunque no ajenos a la lengua, como pueden ser las normas que regulan el uso de la palabra, pues corresponden al ámbito de la cortesía parlamentaria en la que yo por esta vez me he inmiscuido, consciente de que el concepto trasciende el uso coloquial de la lengua y de que tal vez no venga mal recordarlo en estos momentos por razones que huelga exponer.

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