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José Francisco Henríquez

Tribuna abierta

José Francisco Henríquez

Stalin, repaso a los milenarismos

Una noche, a la salida de la dacha de Stalin y según se ve en una película satírica pero histórica que lleva el título del dictador, su sucesor, el efímero y pusilánime Malenkov, les dice a los camaradas con los que había compartido la velada: «Estoy tan cansado que no se si a …… lo matamos o no».

Las revoluciones no devoran a sus hijos, pero como todo ensayo milenarista, esos experimentos son devorados por los hijos de los revolucionarios. Y quiero reflexionar un poco sobre esos ensayos milenaristas, entre los cuales los de Jesús, Buda y Mahoma comparten el palmarés si el éxito se mide por el tiempo de vigencia de las operaciones.

Nadie debe olvidar el mensaje de Jesús: «Si alguien viene a mí y no aborrece a su padre, madre, hijos, esposa y hermanos, no puede ser mi discípulo». Todas las sectas milenaristas tratan sin éxito de abolir la familia, esto es axiomático. Así el cristianismo solo pudo llegar al confinamiento de algunos en los monasterios y a condicionar la vida en los hogares, pero el bolchevismo no pudo convertir a los bárbaros ni reproducir su doctrina en los hogares. De ahí su fracaso.

Iluminados aún existían en los Estados Unidos en el primer tercio del siglo XIX, cuando su presidente Andrew Jackson animaba al hombre a elevarse para estar más dotado de divinidad y ser más parecido a Dios. Jackson animaba al pueblo a seguir elevando las instituciones americanas hasta que la democracia adquiriera tal grado de perfección que se pudiera decir que la voz del pueblo es la voz de Dios.

En el mundo milenarista, pensemos en el bolchevismo o en el cristianismo inaugural, la exigencia de devoción total era su ideología, lo que se condenaba no eran los actos sino el pensamiento: no cometerás adulterio, pero si miras a una mujer para codiciarla ya eres adúltero en tu corazón. Los verdaderos crímenes son los del pensamiento y ante ellos nadie es inocente. Esta realidad la hemos olvidado.

Todo pensamiento pecaminoso es un acto criminal y todo acto criminal es la encarnación de un pensamiento pecaminoso. Por eso los bolcheviques compartían el pensamiento de Tomás de Aquino: el pecado mortal es el rechazo decidido a la ley eterna pero el pecado venial son solo cosas de desorden y descuido. En el mundo milenarista todo lo necesario es inevitable y todo lo inevitable es también deseable.

A las personas que carecen de conocimientos científicos, pero buscan la justicia con el corazón podemos llamarlos socialistas empíricos. El cristianismo es compatible con este sentimiento que se cultiva entre sus bases. En el bolchevismo hasta para ser socialista empírico había que contar con el visto bueno del partido. El experimento costó veinte millones de muertos, la cuarta parte de lo que devengó un parecido experimento en China.

Sin embargo, los bolcheviques en su ensayo de autodestrucción admiraban a Walt Whitman. Amo la vida tanto si voy a caballo como si voy a pie. La vida es igual de bella en la alegría como en la tristeza.

La Casa Eterna es un libro terrible de mil quinientas páginas en papel biblia, pero si se sobrevive a su lectura, el lector tiene la sensación de haber estado allí sometido durante años a una lluvia fina bolchevique donde acontecían hechos increíbles que se dilataban durante cuatro décadas de forma inabarcable por la mentalidad actual.

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