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En voz baja

Rubén Reja

Volcán del olvido

El volcán sin nombre ha roto para siempre la vida de miles de familias en La Palma. El corazón de la tierra no solo ha expulsado una lava de exterminio y desolación. La maldita erupción, que ha sepultado una parte de las almas de los palmeros, ha evidenciado una vez más el nivel de periodismo que se estila en España. Las conexiones sensacionalistas de los Telecinco o Antena 3, a pie de magma mostrando el dolor infinito de los afectados, es tan amarillo como el azufre que emanan las puertas del infierno. Historias que, cuándo se apague el volcán en las próximas semanas, no pueden quedar en el olvido. El circo mediático echará su cierre en poco tiempo y, tras el show informativo y los repuntes de audiencia, las víctimas corren el peligro de hundirse en la memoria como las casas, los cultivos y los recuerdos que engulló la lava impía.

A los que amamos La Palma nos toca exigir, con más virulencia que las explosiones sísmicas, que se actúe con la mayor celeridad y rigor. Ahora que el suelo está caliente, ahora que la isla bonita es noticia, ahora que está en las portadas de todo el planeta; el compromiso con los afectados debe ser inquebrantable y constante. Los palmeros necesitan el respaldo firme y la certeza de que las promesas y declaraciones institucionales no se las tragará el infierno como hizo la lava con sus casas y su futuro.

Este espectáculo del que tardará muchos años en reponerse La Palma demuestra que la humanidad se impone a la tragedia y que la solidaridad frena cualquier muro incandescente. De las administraciones públicas depende diseñar un gran plan de actuación a medida para que esta tragedia no llegue a convertirse en el volcán del olvido.

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