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Manuel Ángel Santana Turégano

Universidad, mercado laboral y estructura social

Ahora que hemos empezado el curso con cierta normalidad es buen momento para ver cómo ha cambiado la educación superior. En poco más de 10 años, tras la instauración del “sistema Boloña”, en España hemos pasado de poco más de 100 títulos (licenciaturas y diplomaturas) a un amplio catálogo de cerca de 3.000, pues los actuales grados y masters universitarios tienen perfiles y denominaciones de lo más variado. En Ciencias de la Salud apenas se ha incrementado el número de títulos, de licenciaturas en Medicina y diplomaturas en Enfermería o Fisioterapia hemos pasado a grados, con duraciones diferentes. En las facultades de Derecho se ha pasado de una licenciatura a un Grado, el máster en abogacía se ha hecho habilitante para ejercer y se ha creado un Grado en Relaciones Laborales. Pero mientras que en la década de 1990 las Facultades de Economía ofertaban básicamente dos títulos, una “Licenciatura en Ciencias Económicas y Empresariales”, con especialidades en Economía y Empresariales, y una “Diplomatura en Empresariales”, y desde mitad de esa década la diplomatura en Turismo, en la actualidad las facultades de economía públicas ofertan, tan sólo en Canarias, cuatro títulos de Grado: Turismo, Contabilidad y Finanzas, Administración y Dirección de Empresas y Economía. Además, las privadas ofertan también títulos de grado en “Márketing y Dirección Comercial”, “Dirección y Creación de Empresas”, “Dirección Internacional de Empresas de Turismo y Ocio” y “ADE””, y se ofertan también distintas combinaciones de dobles grados. Y fuera de Canarias la variedad de títulos es mucho mayor.

Los empresarios tienden a pensar que el mercado laboral es el ámbito en el cual pueden encontrar personas con las actitudes y aptitudes necesarias para llevar a cabo sus procesos productivos de la mejor manera posible, y a menudo se tiende a plantear que si hay mucho paro es porque hay mucha gente que, al carecer de formación, no son capaces de ocupar de forma competente ningún empleo. Según el ISTAC entre 2012 y 2017 más de 66.000 personas obtuvieron en Canarias un título de educación superior, a las que habría que añadir a las personas que salieron de las islas para estudiar y obtuvieron títulos fuera. ¿Es la falta de titulados nuestro verdadero problema? Se tiende a decir que el problema no es tanto que no tengamos personas con formación, sino que la formación no es la correcta. Por ello se ha hecho un importante esfuerzo por intentar adaptar la educación a las necesidades del mercado de trabajo, y de ahí la aparición de títulos nuevos. Desde el punto de vista empresarial la función del sistema educativo debería de ser la de formar personas con los conocimientos que se requieren (por ejemplo: diseño web), y también con las actitudes necesarias para encajar en los requerimientos de las empresas actuales, (por ejemplo, que te contraten a media jornada, trabajando más, con la esperanza de que pasado un tiempo te pongan a jornada completa).

Sin embargo, familias e individuos suelen tener expectativas distintas a las de los empresarios acerca de las funciones sociales del mercado laboral y de la educación superior. Salvo para quienes se ganan la lotería, cuentan con casarse con un rico heredero/a, o tienen un patrimonio lo suficientemente importante como para poder vivir cómodamente de las rentas, para la inmensa mayoría de las personas el mercado de trabajo es el ámbito en el que van a conseguir su sustento. Por ello, tradicionalmente la educación superior era vista como una especie de “ascensor social”: si te formabas más que tus antepasados conseguirías acceder a un mejor trabajo y, en último término, a una vida mejor que ellos. Por ello la devaluación del valor de los títulos como consecuencia de su crecimiento hace necesario repensar no sólo los títulos, sino también el papel de la educación superior: cuando el mundo se mueve es necesario que tú corras para simplemente poder permanecer en el mismo sitio. De manera que a los descendientes de quien llegó a ser jefe/a de recepción en 1990 sin haber terminado el COU posiblemente les pidan en la actualidad tener un título universitario para acceder a un empleo similar al de sus progenitores. Aunque en términos educativos los hijos han progresado, en términos de estructura social seguramente siguen perteneciendo a la misma clase.

La educación superior se ha convertido en un mercado, donde se le dice a la gente lo que quiere oír con tal de vender sus productos: “sácate mi título y podrás vivir la vida que quieres vivir”. En términos de estructura social es una promesa imposible de cumplir: si un 40% de la población accede a la educación superior con la esperanza de acceder a la “clase superior”, la sociología nos enseña que en ninguna sociedad ha habido un 40% de “clase superior”, al menos una que merezca ese nombre. Si vivimos en sociedades abiertas y meritocráticas, en función del grado de movilidad social que haya, unas personas conseguirán ascender, otras descenderán y muy posiblemente la mayoría se queden en una clase similar, en términos de estructura social, a la de sus antepasados. Ahora bien, si contribuimos a redefinir aquello de “la vida que quieres vivir” es posible que los centros de educación superior cumplan con esa promesa. Obtener un título universitario no necesariamente te hará “jefe/a”, pero quizá sí más productivo, y puede que cobres más. También puede que disfrutes más con tu trabajo. Y también puede que, como miembro activo de la misma, contribuyas a crear una sociedad en que se puedan vivir vidas como las que quieres vivir. Claro que para eso es necesario que las universidades no sean meras fábricas de las aptitudes y actitudes que reclaman hoy los empresarios, sino también espacios en los que se pueda practicar y desarrollar lo que algunos denominaron, hace casi dos siglos: “la funesta manía de pensar”.

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