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Entender + con la Historia

Xavier Carmaniu Mainadé

El fracaso de la ley seca

Las imágenes de los macrobotellones han causado un gran impacto. Todo el mundo se ha apresurado a reclamar medidas para poner fin a este fenómeno. Experiencias anteriores nos dicen que las prohibiciones no suelen funcionar.

Estamos a las puertas del fin de semana, sinónimo de salir de fiesta para mucha gente. Y últimamente también de conflictos en la calle por el aumento descontrolado de los botellones. Su generalización es la prueba evidente de que si se cierran los locales y se limitan las actividades organizadas como los conciertos o las fiestas mayores, la gente joven no se queda en casa. Lo que hacen es montar la juerga por su cuenta. A pesar del peligro de dejarse llevar por soluciones simplistas, estos días se han oído voces reclamando mano dura y prohibiciones. En el caso del consumo de alcohol, la historia nos sirve un ejemplo en bandeja. Hace 101 años comenzó la ley seca en Estados Unidos.

El 17 de enero de 1920, en EEUU se aprobó la 18ª enmienda, que prohibía la fabricación, venta y transporte de alcohol. Aunque se suele señalar esta fecha como el punto de partida, vale la pena retroceder hasta el 1873 y visitar el pequeño pueblo de Hillsboro (Ohio), donde el doctor Dio Lewis animó a las mujeres a reclamar el cierre de los saloons de la localidad. Y le hicieron caso. Muchos de sus maridos estaban alcoholizados y se bebían el salario sin pensar en la familia.

El año siguiente, en 1874, se fundó la Unión Cristiana de Mujeres por la Templanza. Para muchas, aquel fue un espacio de socialización política que además les servía para conectar con los movimientos sufragistas. Su propia líder, la maestra Frances Willard, era partidaria de los derechos de las mujeres y de la jornada laboral de ocho horas.

El movimiento fue ganando fuerza cada día que pasaba, sobre todo entre los sectores conservadores y protestantes, que tenían una moral muy puritana. Al ver que las autoridades no les hacían caso, algunos grupos se radicalizaron. Fue el caso de la Anti-Saloon League, liderada por Carrie Nation. Ella y sus seguidoras asaltaban los establecimientos donde se servía alcohol con la Biblia en una mano y un hacha para reventar las barricas en la otra. Para Nation era un tema personal. Su marido había muerto por culpa del consumo abusivo. De hecho, muchas mujeres defendían la templanza con el argumento de que los hombres borrachos agredían a sus esposas y a sus hijos.

Pero también había otras razones. El país estaba cambiando muy deprisa con la llegada de nuevas oleadas migratorias de europeos que llevaban consigo nuevos hábitos como beber alcohol sin problemas. Los italianos tenían el vino y los alemanes la cerveza, una bebida que se popularizó en EEUU. Esto hizo que al estallar la Primera Guerra Mundial, los movimientos prohibicionistas hicieran campañas acusando a los productores cerveceros locales –la mayoría de ascendencia germánica– de simpatizar con el enemigo. Paralelamente, desde el Gobierno aprovecharon las restricciones de la economía de guerra para no permitir el uso de cereales en la producción de bebidas alcohólicas. Una vez terminado el conflicto, en 1919, el senador republicano por Minnesota, Andrew Volstead, promovió la aprobación de una ley que prohibía el consumo de alcohol. Fue el paso previo y necesario para que se aprobara la 18ª enmienda.

Se suponía que aquello iba a ser bueno para el país. No fue así. A partir del momento en que producir y beber alcohol se convirtió en una actividad clandestina, surgieron las bandas del crimen organizado, especialmente en Chicago y Nueva York. Fue la época del gansterismo y de personajes como Al Capone. Actuaban con la connivencia de los poderes públicos, que hacían la vista gorda porque muchos políticos, policías y jueces estaban sobornados. Además, el Gobierno no tenía suficientes recursos para hacerles frente. De hecho, sin los ingresos derivados del alcohol disminuyó el erario. Fue peor el remedio que la enfermedad.

Y por si fuera poco se produjo el crack de 1929. Ante una crisis económica sin precedentes el sector público necesitaba dinero y la gente una manera de ahogar las penas. Una de las razones que explican la victoria del demócrata Franklin Delano Roosevelt en las elecciones de 1932 fue la abolición de la ley seca. Arrasó y en 1933 cumplió su promesa. Terminaba una etapa que dejó una fuerte huella en EEUU.

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