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Antonio Perdomo Betancor

Objetos mentales

Antonio Perdomo Betancor

Con ésta van tres

Parece que estemos obligados a ser valientes ante la tercera dosis de la vacuna. Una más y van tres con ésta. La vedad es que yo tengo mis dudas. No es que padezca rasgos y ni siquiera han de ser rasgos de un marcado perfil hipocondríaco. Si es el caso puede que se revele como el de una hipocondría leve, en ese rango en el que se incluyen muchas personas, de esas en las que el individuo por dubitativo o quisquilloso se amedrenta por el bien supremo de su salud. Me explicaré.

La predictibilidad de la ciencia, en este caso de la ciencia médica tiene sus zonas de penumbra, no siempre el proceso completo queda extenso y expuesto a la luminiscencia de los observadores, probablemente serán mínimas esas penumbrosas probabilidades, sin embargo, temo, y si me lo permiten lo expreso así, que es exactamente como el de aquellas personas que recelan de los errores médicos tal como era normalmente antes de, o previo, a esta vacunación pandémica. Lo que puede entenderse como sospechas domésticas dentro de la normalidad de la vida. Muchas de esas personas ocupan puestos de responsabilidad en la entera escala social. No son, como digo, dudas privativas de este o aquel pensamiento político, ni de esta o aquella clase social.

Efectivamente, de los médicos, puede decirse en general que son buenos, y algunos muy buenos, y como en todas las profesiones los hay malos y muy malos. A ninguna profesión hay específicamente que coronar. No les distingue por supuesto una singularidad, excepto, si se me permite, que, con respecto a los médicos con relativa frecuencia quedamos inermes ante ellos. Con una indefensión como pocas veces ocurre. Seguramente también debe añadirse que confiamos porque en la desesperación y ante la posibilidad de la muerte pensamos que nos curarán. De hecho, es así en la mayoría de las veces. Pero no siempre. Ese es el temor de muchos y el mío también. Es decir, las posibilidades del fallo y del error no están desterrados por completo.

Cuando las personas embarcan en un vuelo, sin querer piensan que el avión puede estrellarse. Si no en el primer momento, luego, pero en algún momento del vuelo las personas, casi automáticamente, lo piensan. Resulta casi ridículo expresar este temor, a pesar de lo cual sucede como un hecho natural. Por un temor acendrado en lo hondo del ser humano. Estadísticamente el avión es uno de los transportes más seguros, y desde luego mucho más que el coche u otros. Ahora bien, es un hecho incontrovertible que uno es uno y no puede permutarse por otro, y tampoco la vida de otro puede vivirla uno, resulta razonable entonces pensar que las personas cuiden su vida. Decidan sobre su vida. Y determinen sus propias elecciones. La vida en realidad es la del individuo que vive. No la de otro. Y seguramente por innumerables razones, a saber, las de cada uno. Incluso podemos argüir que es imposible afirmar que las demás personas sean personas conscientemente. Tal y como una persona cree que debe ser la conciencia. Puede darse el hecho que entre las personas haya otras carentes de conciencia o un nivel tan bajo de conciencia que impida decir que propiamente pueda llamarse así. O llegue a pensar que algunas personas sean réplicas humanas creadas por una inteligencia artificial brutalmente superior, a pesar de que las probabilidades de esa concurrencia sean mínimas. Algunos solipsistas lo creen así.

Esta forma de radical de subjetivismo nada tiene de infame, como cierto pensamiento social pretende. Sino que forma parte de la realidad social y humana. Por otra parte, en el otro extremo están aquéllos quienes piensan salvajemente que el verdadero bien reside en el bien de la comunidad. Con un dogmatismo propio de enajenados. Se puede objetar que, si el bien que importa reside en la comunidad, el individuo deja de existir como tal con el derecho a su total y entera soberanía, a su radical libertad. Y con la excusa del bien de la comunidad crean un derecho sobre el individuo cual un estado de excepción que lo constriñe. Si en la comunidad reside el bien de todos, los individuos deben asegurarse su representación de derecho como individuos, de lo contrario, ninguno de los ciudadanos tendría defensa ante las arbitrariedades del Estado.

El temor que padecen algunas personas a ser vacunadas por la no menos esencial circunstancia, diría yo, de resultar gravemente perjudicado, no es en puridad menor. Cada uno sufre sus dudas, a veces le sobrevienen, pero sobre todo tiene derecho a tenerlas. Y a defenderlas.

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