Conocí a Manolo Santana desde que tengo uso de razón. Fue recogepelotas de mi padre en el Club Velázquez de Madrid y, desde entonces, su carrera deportiva solo le dio días de gloria para él y de tardes maravillosas para los aficionados al tenis.
Hasta entonces el tenis era un deporte de élites en nuestro país y, a partir de ahí, de su mano, se fue popularizando hasta que el clímax de su carrera deportiva con su triunfo en el Roland Garros. Persona humilde donde los hubiere, gran amigo de sus amigos, todavía recuerdo con gran cariño las partidas de squash en el Club Financiero que me dabas el hándicap de jugar con la izquierda y no podía, aún así, ganarte ni un juego. Algunas mañanas nos tomábamos un café en Río Frío y fui testigo de la enorme admiración y cariño que tus admiradores te dispensaban.
Ya estás en el Olimpo de los que, como tú, fueron tocados con la varita de aquellos que fueron geniales. Grande donde los hubiera, dejas miles de admiradores desparramados por todo el mundo. A la espera de que nos volvamos a ver algún día , recibe un abrazo tan luminoso como el fulgor de un rayo en la oscuridad que decía el maestro de poetas Rilke.