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Seleccionada por Forbes como una de las personas con mayor influencia en la sociedad española a lo largo del 21, es una mujer que, por sí sola, marca tendencia en el ámbito de la política.

Dueña de una vitalidad envidiable, pletórica de fuerza y, cómo no, poseedora de un porvenir tan increíble como el ascendiente que actualmente presenta sobre muchos de sus compatriotas. Suyo es el futuro. Y ya nadie lo duda, salvo los que no quieren reconocer su poderío, una voluntad que arrolla cual mar embravecido. La pena es que a todo un país no le dejen votarla. Ayuso, un solo apellido y ya basta, ha saltado al mundo de los elegidos por el espíritu de una época, la nuestra. Precoz como los selectos, creció infinitamente como dirigente hasta romper en las votaciones de la comunidad madrileña, y, sin embargo, su verdadero triunfo ha llegado en estas últimas navidades. Parece una exageración lo que uno está a punto de escribir, pero es tan cierto como el brillo que rodea a la joven líder conservadora. Juro que lo capté recientemente en un diario de tirada nacional, en una fotografía que acompañaba a una de las tantas entrevistas a la señalada. Mirar aquel retrato con atención, de fijo le trasladaba a uno a la comprensión del fenómeno social que supone esta mujer. Centrada como la misma foto, portaba un christmas que, al parecer, le habían regalado en un centro escolar al que acudió en una visita institucional de carácter rutinario. Con un simple «Ayuso» por encabezamiento, sublimaba la figura de esta política. Más que a una persona, el niño había dibujado un arquetipo, como el de los superhéroes. El summum de cualquiera que se dedique a la cosa pública.

Por fin, lo consiguió. Cuando alguien de tan corta edad crea un exvoto como aquél, con una imagen rodeada de un halo de estrellas, es que no sólo pinta a un famoso, un personaje ciertamente condenado por el tiempo en el que vive. No, aquello era otra cosa. Ya digo, un arquetipo, una esencia, un destino, como el de los textos clásicos. En la representación del niño, Ayuso cumplía y colmaba a la perfección estas condiciones. Y, así, mirar el retrato y, por supuesto, el orgullo con el que lo exhibía la protagonista, era entender que este mundo se le ha quedado pequeño. Por méritos y talento, ya ha entrado en el olimpo de la política, incluso en la internacional, como lo han sabido reconocer los grandes medios de países como Francia, el Reino Unido o los Estados Unidos de América. Qué más se puede pedir.

Pues sí, se puede pedir un poquito más. Se puede pedir que a esta mujer no le pongan reiteradamente la zancadilla, especialmente los ahítos de envidia a un lado y el otro del arco parlamentario. Por otra parte, se debe exigir el respeto que acredita como referente de una forma de hacer y comprender la acción política y, sobre todo, se podría facilitar al resto de los españoles que le den la opción de hacerla todavía más grande. No sólo se lo merece ella, sino que se lo merecen sus compatriotas. Confieso que los mejores jefes que he tenido en la esfera laboral han sido féminas, mujeres que, como Ayuso, tienen las virtudes propias de su sexo, pero sin ignorar o despreciar las del opuesto. Un conglomerado de atributos que he podido reconocer sobradamente en esta joven madrileña. Los cielos han escuchado nuestras plegarias y, al fin, España tiene un líder carismático, el que podría conducir a su pueblo hacia la libertad y el progreso. Qué mejor manera de comenzar este 2022 que dándole la oportunidad que tantos ansían en este país.

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