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Breverías 94

El «oxímoron» es una figura que combina dos palabras o expresiones de significado opuesto.

Tradicionalmente era de gran utilidad para los poetas, con imágenes tan vistosas como los «clamorosos silencios» o «el frío ardiente». Por no citar incluso algún proverbio con dicha combinación, posiblemente involuntaria, como «nunca es tarde si la dicha es buena». (¿Querrá decir « si la dicha llega»?)

Pero últimamente son los políticos los que parecen haberse apoderado de dicho recurso retórico para reforzar sus mensajes populistas. ¿No les suena el «crecimiento negativo», o «la discriminación positiva», y hasta últimamente la «tolerancia cero»?

Por favor, ahórrennos sus verdades engañosas.

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Quisiera romper una lanza en favor de esas expresiones familiares secretas, casi cómplices, que a modo de clave suelen compartir los miembros del hogar.

Y no me refiero a términos más o menos pintorescos, prestados del canaringlish, como «naife» o las «papas autodate». Ni vocablos que originalmente eran marcas comerciales, y que por su popularidad han terminado convirtiéndose en genéricos, como los famosos «clínex», o los «chupa chups». No, yo estoy pensando por ejemplo en nombres de objetos domésticos que tal vez por su pedestre denominación estén necesitados de una mejora, a menudo de impronta onomatopéyica. En mi casa, por ejemplo, el desatascador atiende al nombre de «chuca chuca», apelativo gráfico y expresivo donde las haya. He tratado de investigar si en otras familias se dan este tipo de transmutaciones, pero no he tenido suerte. Salvo claro está ciertos utensilios huérfanos de todo glamour, como los ubicuos sprays, que en un inesperado número de hogares han sido rebautizados con el término de «fuchi fuchi». Aunque este no me sirve del todo, pues es utilizado con la misma frivolidad para un spray anti cucarachas que para un ventolín contra el asma.

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Aunque sí me viene a la memoria un ejemplo interesante.

En la punta más occidental de la isla de El Hierro se erige majestuoso el faro de Orchilla, por donde antaño se ubicara el meridiano cero, actualmente secuestrado por los ingleses haciéndolo pasar por Greenwich. Pues bien, hace ya muchos años de esto, el torrero y su familia, aislados en el fin del mundo venían recabando de la administración la instalación de un telé- fono para paliar el cruel exilio. Pero no fue la institución correspondiente la que accediera a tan lógica petición, sino que fueron los desvelos del senador de El Hierro, Federico Padrón, los que lograron finalmente la instalación de una línea hasta el faro, y el codiciado aparato.

Pues bien, a partir de entonces, y tuve la oportunidad de vivirlo, al aparato le cambiaron el nombre, en permanente homenaje al senador. Y no vean mi sorpresa al escuchar a la esposa del torrero interpelando a su mari-do: «Luis, mira a ver, que está sonando el fe-derico».

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