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Xavier Carmaniu Mainadé

Entender + con la Historia

Xavier Carmaniu Mainadé

Las mesitas de noche de Miqui Otero

Es casi imposible huir de los temas de conversación sociales. Aquellos de los que todo el mundo habla. Hace una semana el escritor Miqui Otero hacía una propuesta para intentar escapar de ellos. Nos sumamos a su idea.

Millones de veces se ha escrito, hablado y discutido sobre cómo las noticias que nos ocupan y preocupan son tan efímeras que pasan unas por encima de otras como aquellas colas que se formaban para entrar en El Corte Inglés en los buenos tiempos de las rebajas.

Sin ir más lejos, la semana pasada todos nos llenamos la boca de la bofetada del actor Will Smith a Chris Rock durante la ceremonia de los Oscar. Opinó todo el mundo. Incluso aquí caímos en la tentación de dar un barniz histórico a aquel espectáculo lamentable. Cuando un tema lo invade todo, parece imposible evitarlo. Lo intentó el escritor Miqui Otero hace siete días justos en No es un artículo sobre la torta, un título de vagas reminiscencias magrittianas porque, al igual que el artista belga pintó Esto no es una pipa, Otero no habló del guantazo mientras contaba todo aquel lío.

En un intento de evasión de la dictadura de la conversación mediática del momento, Otero proponía el reto de encontrar un espacio en el que no se imponga el tema de moda, ni que sea recurriendo a alternativas aparentemente banales como el contenido de nuestras mesitas de noche. Desde aquí recogemos el guante. Pero lo hacemos echando la vista atrás.

Mesas de tres patas

Tenemos que lamentar no poder ofrecer en exclusiva el nombre de la persona que inventó un utensilio tan práctico para poner el vaso de agua, las gafas, el libro, el móvil y la dentadura antes de acostarse. No sabemos quién fue. Pero esto no significa que hayan existido siempre, porque todo lo que nos rodea tiene su origen. Y para descubrirlo hay estudiosos intrépidos que investigan. Gracias a ellos sabemos que en materia de mesas (en general, no solo mesillas), hay que remontarse varios miles de años atrás. Si nos fijamos en Europa, en la Grecia clásica eran rectangulares y tenían solo tres patas, que podían decorarse emulando las extremidades de animales, como las patas de un león. Y en cuanto a los materiales, las más sencillas eran de madera, pero también las había de mármol y bronce. A nuestros lectores más atentos no les habrá pasado por alto el número de patas. Parece que la cuarta llegó de Oriente y no se incorporó de forma habitual hasta la época romana, y solo en el caso de las mesas más lujosas.

Uno de los problemas eran las medidas, sobre todo si se tenía a gente en casa para celebrar un banquete, que es lo que hacían los nobles durante la edad media. Por eso los dueños de castillos y palacios recurrían a unos simples tablones y caballitos vestidos con un buen mantel. De esta forma podían adaptar el espacio al número de invitados. Para sentarse no había tantas complicaciones porque los comensales lo hacían en largos bancos. Todos excepto los miembros de la mesa presidencial, que tenían unas sillas la mar de confortables.

A medida que fueron pasando los siglos y las clases urbanas aumentaron su poder económico, el mobiliario se fue sofisticando. Cuanto más dinero se tenía más decorada podía ser la mesa. Esto ya empezó a apreciarse durante el Renacimiento y, sobre todo, a partir de la época barroca, cuando los artesanos combinaban diferentes materiales para darles variedad cromática. Fue en esa época cuando, en Francia, inventaron las llamadas mesas ministerio, con la parte superior de cuero, para trabajar. Allí también nacieron unas pequeñas mesas pensadas para escribir, con cajones y una tapa para cerrarla con llave. Por esta razón se bautizaron como secreters.

La mesita de noche también nació para esconder secretos íntimos. O para ser exactos, íntimos fluidos corporales. Cuando todavía no había lavabos ni nadie podía imaginar que algún día las casas tendrían agua corriente, alrededor de los siglos XVIII y XIX la mesilla era el lugar donde se guardaba el orinal, que se tenía siempre a mano para poder hacer las necesidades durante la noche. Ahora quedaría bien hacer alguna metáfora sobre las similitudes entre el orinal y el lugar donde deberíamos mandar muchas de las noticias que nos inundan continuamente, pero la literatura la dejaremos para los escritores como Miqui Otero, que es mucho más hábil.

Luz artificial

El placer de leer en la cama

La evolución de la mesita de noche es un buen ejemplo de cómo han ido mejorando las condiciones domésticas de muchos hogares. Más allá de la introducción del inodoro y el agua potable, que hicieron innecesario guardar el orinal dentro de este mueble, la electricidad también fue un factor clave. Al tener puntos de luz artificial era mucho más fácil gozar de uno de los placeres contemporáneos: leer en la cama.

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