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La inmigración y sus claves operativas

Pocos temas tienen un perfil tan complejo y problematizador como la inmigración y los flujos migratorios. Hablamos de una problemática recurrente a escala global e intensificada en enclaves geoestratégicos, como España y Canarias. La situación sociolaboral del trabajo foráneo mengua en varios planos. De entrada, porque nuestro sistema sociolaboral sufre una profunda brecha entre un mercado de trabajo 'primario' (empleos fijos, formación, carrera laboral, etc) y otro 'secundario' (precariedad, rotación, descualificación). El trabajador extranjero no solo ahonda esas cesuras estructurales, sino que además crea un mercado, digamos, 'terciario', en la economía sumergida, con prácticas de infra-empleo, subempleo, discriminación y explotación. Los efectos de estas prácticas revierten en el sistema de contratación, tanto como en las relaciones internacionales, la regulación de la extranjería y el tratamiento político del fenómeno migratorio. Las reformas en esta materia dan cuenta de sus indefiniciones, y muestran un legislador tan superado por la trans-nacionalidad como desacertado en el diseño de dichas políticas. En verdad, la extranjería es un asunto con afiladas aristas, cuyos vectores conviene diseccionar explicativamente. Cuatro claves pueden aducirse en ese aspecto.

La primera tiene un sustrato psico-social y antropológico. El desplazamiento geográfico es una prerrogativa omnipresente del ser humano, amén de estrategia de supervivencia. Forma parte del capital vital y personal del ser-trabajador pues proyecta una relación medio-fin con vistas a su sostenimiento biológico y equilibrio anímico. La movilización transnacional condensa 'aspiraciones trans-históricas de felicidad', de búsqueda de bienestar y de mejora de las condiciones de vida. Los grupos de inmigración construyen cosmovisiones de movilidad ascendente y de mejoramiento de su posición, y esas ideografías se expanden, entre otros aspectos, debido a factores externos (difusión de imágenes mediante TICs) e internos (pobreza y exclusión al alza).

Transitamos desde el otrora Estado de bienestar al 'Estado regulador', y desde un 'Estado de inversión social' a un 'Estado de mercado

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La segunda clave es de índole política, y estriba en la 'des-nacionalización' de los Estados (Sassen). Superados por las empresas multinacionales, e impelidos a actuar en la aldea global, la estatalidad concierta una amalgama de acuerdos de libre comercio, y refuerza su rol internacional participando en procesos de integración (UE, MERCOSUR, ALADI, ALCA, TLCAN, CARICOM, etc) que, de uno u otro modo, catapultan el trabajo en clave transnacional. Como tensión añadida, los Estados 'jivarizan' sus estructuras protectoras con argumentos auto-justificativos (políticas de austeridad) y de trasfondo espurio (cleptocracia clientelar) y descuidando las demandas al alza de bienestar, seguridad y protección. Transitamos, en fin, desde el otrora Estado de bienestar al 'Estado regulador', y desde un 'Estado de inversión social' a un 'Estado de mercado', de tenor vigilante y teodicea algorítmica, cuyos efectos revierten en sinergia en los flujos migratorios.

La tercera clave tiene un sustrato económico. Las crisis (2008, 2022) y el cambio sistémico repuntan las migraciones, entre otras cosas, porque magnifican sus consecuencias en los países con menos recursos. No obstante, vuelve a ser otra inercia transformacional del capitalismo y el tecnoglobalismo. El giro disruptivo, iniciado hace cuatro décadas, globalizó los dos extremos del trinomio: capital/ trabajo/ tecnología, entronizando una hegemonía regia del motor matriz (capital). La mano de obra se desplaza donde hay capital o riqueza, generando con ello una inmigración siempre renovada. La diferencia es que antes había trabajo en los países de acogida, y ahora el desempleo y la precariedad opacan las economías.

La cuarta clave es de mayor valencia explicativa, y consiste en el fortísimo aumento de la densidad poblacional mundial. Desde las sociedades agrícolas, las migraciones seguían tempos sopesados y graduales, pero esta trayectoria se rompe entre 1815 y 1915 para aumentar exponencialmente en la mitad del siglo XX hasta hoy. Las magnitudes de la explosión demográfica hablan por sí solas: en el 'año 0' poblaban la tierra 300 millones de personas, 2.000 en 1907, 7.000 en 2012 y 9.000 millones para mediados de este siglo. Que una especie intrusiva y depredadora, como el hombre, crezca de ese modo explica las derivaciones ora climáticas, víricas, movilizadoras, incluso los conflictos bélicos. Como musicara el Gran Combo Portorriqueño, “no hay cama pa´tanta gente”.

En el 'año 0' poblaban la tierra 300 millones de personas, 2.000 en 1907, 7.000 en 2012 y 9.000 millones para mediados de este siglo. "No hay cama pa tanta gente"

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El abordaje de la inmigración y la transnacionalidad plantea, en efecto, difíciles ecuaciones, pero la más peligrosa y abyecta son las respuestas nocivas y xenófobas hacia el inmigrante. Los mensajes les hacen responsables del cambio sistémico, cuando imposible es neutralizar tales flujos y sus efectos multiplicativos. Nadie tiene la receta milagrosa de su problematización sistémica. El discurso del miedo siempre ha sido un artilugio utilizado demagógicamente a fin de entronizar aglutinamientos y expandir espacios de influencia. Ahora bien, la geografía del mal no está en el autoritarismo ni en las guerras autocráticas, ni si quiera en la tiranía digital. Su eje está en la neutralización de lo éticamente correcto y la banalización del mismo (teatralización parlamentaria inclusive, que lleva a malas leyes). El mal invade, primero, con la parálisis, práctica o cobarde; y de seguido con la evaporación empática y la indiferencia al sufrimiento. Son sesgos xenófobos, prepotentes, de corte nacionalista, pan-españolista o de autodefensa impulsiva, que introyectan una dialéctica: nosotros (nacionales)/ ellos (foráneos) a fin de expiar exculpatoriamente las abruptas transformaciones del 'cambio avalorativo' y del empleo volátil, que precisamente espolea el capitalismo digital y sus bienaventuranzas globales. Muy al contrario, y como avizoró Publio Terencio (165 a.C), nada de “lo humano” puede resultar ajeno (“homo sum, humani nihil a me alienum puto”) so pena de anular la adjetivación. La historia muestra incontables ejemplos del uso instrumental del foráneo como chivo expiatorio, pero el mayor peligro, ya presente e invisible, es desaprender la historia; sabiendo además que, quien obra así, tiene escrita la condena de repetirla.

Francisco Alemán Páez es catedrático de Derecho del Trabajo de la ULPGC

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