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Manolo Ojeda

Cartas a Gregorio

Manolo Ojeda

Viaje a ninguna parte

Querido amigo, dicen que dentro de unos pocos años vamos a llegar al planeta Marte. No sé lo que vamos a encontrarnos por allí, porque no creo que la marcianita de la que hablaba Billy Cafaro nos esté esperando todavía.

Lo que sí podríamos hacer, ya metidos en gastos de viajes espaciales, es echarle un poco más de combustible al cohete para intentar llegar al cielo, Gregorio, y ver lo que nos espera allá arriba.

Todo el mundo habla del cielo, el infierno y el purgatorio, pero nadie ha conseguido una prueba fiable de su existencia, aunque, para eso sí que valdría la pena invertir en una carrera espacial.

Imagínate que en ese cielo te vas a poder encontrar con todos los buenos amigos que se nos han ido adelantando en el viaje, eso sí que sería alcanzar la gloria.

Antes se decía que lo importante en la vida era la salud, pero ahora todos sabemos que lo más importante es el dinero, y no tienes más que ver lo que dicen las estadísticas, que es más difícil recuperarse de una situación económica adversa que de un cáncer terminal, sobre todo si tienes suficiente dinero para pagarte el tratamiento adecuado.

La mayoría de los avances técnicos que se consiguen hoy en día así como los más eficaces planteamientos urbanísticos en los espacios públicos de las ciudades, ya no están pensados para nosotros, Gregorio, porque ya no tenemos edad para compartirlos.

Parece que las ciudades estén planteadas al servicio de minorías, porque los que son jóvenes no tienen tiempo para disfrutarlas, mientras que a los mayores nos quedan grandes los parques y otras estructuras urbanas sobredimensionadas para nuestra edad. De qué nos sirve a nosotros un carril de bicicleta si ya no estamos para andar en bici.

En la vida tenemos dos opciones, o te mueres joven o aguantas los achaques de la vejez, y para la primera, ya no tenemos tiempo.

Solo nos quedará el tibio sol de madrugada, como al abuelo de la canción de Víctor Manuel, el mismo sol que hoy calienta otros cuerpos en la misma playa donde jugábamos de pequeños.

La historia siempre se repite, y si hoy tenemos que convivir con una guerra, mañana tendremos a otro Putin o hijo de Putin que vendrá a amargarle la vida a otros ucranianos.

Al final, cada uno se construye su dios y su demonio a su imagen y semejanza, y se fabrica su propio cielo y su infierno. Es como el viaje a ninguna parte que nos contaba Fernando Fernán Gómez en su novela y, como sus protagonistas, vivimos como un grupo de payazos de circo que va de pueblo en pueblo compartiendo la historia de sus amores y desamores, de sus deseos y de sus frustraciones.

Un abrazo, amigo, y hasta el martes que viene.

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