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Manuel Wood Wood

Reflexión

Manuel Wood Wood

Las Palmas de Gran Canaria: una ciudad abandonada

Las manifestaciones objetivas y generalizadas de la insuficiencia de los servicios municipales, en especial de limpieza y mantenimiento de calles, parques, plazas y jardines, son obvios y fáciles de identificar, aunque, al decir de nuestros munícipes, exageradas o inexistentes. Lo que resulta evidente es que la sensación de declive y abandono está ahí a la vista y al olfato de todos los ciudadanos.

A nadie con sentido común y espíritu medianamente crítico se le escapa que nuestra ciudad se ha convertido en un espacio gris, sucio y sombrío. Al decir sombrío no me refiero a la abundancia de sombra sino a la tristeza que produce un paseo por sus calles y, sobre todo, sus parques y plazas. Me voy a referir en esta ocasión a la plaza de Cairasco: un panorama desolador en pleno casco antiguo. Los laureles enfermos acaban muriendo de sed cuando no por la acción de la sierra, como la que hace algunas fechas se cebó sobre su laurel central. En su lugar han plantado otra joven víctima de la sequía habitual y una legión de compañeros moribundos a la espera del hachazo final. Me pregunto si la enfermedad de los arboles es una solapada estrategia previa, de la política arboricida, para acometer a traición cualquier iniciativa a espaldas de la ciudadanía.

Si a esta circunstancia de abandono, añadimos la de suciedad, tenemos una buena fotografía de nuestro entorno cotidiano. Una ciudad como Las Palmas de Gran Canaria, donde el alquiler ha subido mas de un 40% en la última década, no puede ofrecer una imagen tan cochambrosa, mugrienta y negligente como la que muestra día a día, especialmente en zonas que se venden como la imagen mas típica y comercial. Me refiero ahora a los alrededores de la playa de las Canteras, Guanarteme, Santa Catalina, etc. Estos lugares, como muchos otros, son la prueba palpable de la desidia y permisividad municipal y, porqué no, de la falta de compromiso y educación ciudadana de algunos residentes. No existe un lugar-refugio verde, limpio o silencioso donde el ciudadano pueda escapar de la sensación de hacinamiento, basura o ruido imperante. Y no hablemos de las ratas terrestres o «aéreas» a las que no queda otra que seguir acostumbrándonos. Evidentemente, las autoridades municipales no mantienen el espacio público y las instalaciones para el beneficio de todos sus residentes.

El manido tópico de que se ha reforzado la inversión se entiende como la falacia habitualmente empleada para escapar del acoso ciudadano. La escasez de personal, los rebosos de contenedores y la privatización del servicio dejan claro que existe una manifiesta falta de inversión que acaso se esconde en la atribución a prioridades ideológicas o proyectos megalómanos que no contemplan el bienestar de «todos» los ciudadanos de la capital. Y encima hemos de soportar los comentarios del señor alcalde afirmando rotundamente que vivimos en una ciudad limpia, de hecho, entre las ocho mas limpias de España.

Desconozco el gasto en limpieza por vecino y año, pero si la cifra está en, o es superior, a la media nacional, a tenor de los resultados, parece evidente que la cuestión no radica en gastar más, sino en gestionar mejor. Si el gobierno municipal actual no es capaz de afrontar este problema después de casi tres años, es obvio que no es el gobierno que la ciudad requiere.

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