Opinión | Tropezones

Entrega nobeles

Comentaba con mi buen amigo W.M. lo accidentado de algunas de las entregas de los premios Nobel, a cargo de la academia sueca. Y salvando los premiados que renunciaron a su galardón, como el filósofo Jean-Paul Sartre, o los que no pudieron ir a recogerlo, como Alexander Solzhenitsyn, me preguntó mi amigo si no había sido conflictiva la ausencia de la esposa del premio de literatura Camilo José Cela, sustituida en el último momento por su amante, Marina Castaño, una atractiva rubia, 40 años más joven que el literato. Y yo le he explicado que aunque dicha presencia arqueara la ceja de algún académico, no pasó de ahí la cosa, aunque la prensa del corazón sueca, igual que la española, se pusiera también las botas. Pero quise recordarle que en cierta ocasión la Fundación Nobel sí tomó cartas en una de las entregas previstas, aconsejando incluso por escrito a la premiada que reconsiderara su viaje a Estocolmo. Esta es la historia: María Salomea Sklodowska, más conocida como Madame Curie, había sido ya galardonada con el premio Nobel de Física en 1903, junto a su marido Pierre Curie por sus trabajos sobre la radioactividad, fenómeno que curiosamente se suponía beneficioso para la salud, pero que terminó acortando la vida de Marie Curie, y provocando la amputación de un brazo y las dos piernas de su más estrecha colaboradora. A tan trágicos gajes del oficio, la física hubo de afrontar la pérdida de su marido, atropellado por un carruaje tres años después, quedando viuda y con dos hijas. A los pocos años de la muerte de su marido, quedó prendada de un antiguo alumno de éste, el también científico Paul Langevin. Recordemos que pese a la recurrente imagen almidonada de científica de negro con retorta en ristre que evocamos de Madame Curie, era una mujer de gran belleza, y la relación fue apasionada. Lo malo es que Monsieur Langevin estaba casado y era padre de cuatro hijos. Y como además su mujer no era de las que sumisamente asumen la existencia de una maîtresse de su marido, institución tampoco inusual en Francia, la esposa despechada dio a publicar por la prensa amarilla unas cartas interceptadas de los amantes. Y la prensa se volcó en sus ataques a la polaca nacionalizada francesa, además "casi judía" y "empeñada en la destrucción de un hogar francés con cuatro hijos". Lo admirable es que pese a tan feroz campaña contra su persona, Marie Curie había seguido con sus investigaciones en el campo de la química, con el descubrimiento de los elementos radio y polonio, siendo merecedora en el año 1911 de un segundo premio Nobel en la especialidad Química. Y hete aquí, que pocos días antes de ir a recoger su premio, le montaron en su casa un monumental escrache, que incluso asustó a los puritanos miembros de la Fundación Nobel, que llegaron a enviarle una nota aconsejándole que no hiciera las maletas. Pero cuando ya iba a renunciar, su buen amigo Albert Einstein la conminó a que no hiciera el menor caso a todas estas agresiones, y se fuera para Estocolmo. Afortunadamente Einstein se salió con la suya, y Marie Curie acudió a recoger su merecido premio, segundo Nobel, y encima en especialidades distintas, cosa nunca vista ni antes ni después en la historia del prestigioso galardón.

Como ven, algo más que hemos de agradecerle al bueno de Einstein. Si se me permite la licencia poética, supongo que la convencería que lo importante era creer en uno mismo, perteneciendo cualquier crítica malintencionada... al ámbito de la relatividad.

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