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Xavier Carmaniu Mainadé

Entender + con la Historia

Xavier Carmaniu Mainadé

En busca del cajero perdido

Hubo un tiempo en que no había pueblo sin sucursales de todas las entidades bancarias. Sin embargo, ahora han desaparecido del mapa, y con ellas los cajeros automáticos, lo que supone un verdadero problema.

Una de las muchas odiseas cotidianas que deben vivir los habitantes de las poblaciones pequeñas es conseguir dinero en efectivo a medida que desaparecen las oficinas bancarias y los cajeros automáticos. De hecho, este fenómeno últimamente también se ha extendido a las ciudades. Antes, en cada esquina había una sucursal, pero entre la crisis económica, las fusiones de entidades y el crecimiento del negocio online, si tienes que sacar dinero, la misión se convierte en el remake de una peli de Indiana Jones que se podría titular En busca del cajero perdido.

De forma parecida a lo ocurrido con la cabina telefónica, el cajero es un invento de paso fugaz por la historia, pues apenas se empezaron a utilizar en 1967, o sea, hace 55 años. Lo que no está tan claro es a quién se le puede atribuir la paternidad. Algunas fuentes apuntan como precursor a Luther George Simjian, que en 1961 creó una máquina llamada Bancógrafo en EEUU. El City Bank de Nueva York quiso probarlo pero la mayoría de la clientela prefería el trato humano de toda la vida. Claro que a veces te llevas desengaños y todo cambia para siempre. Esto le ocurrió al escocés John Shepherd-Barron, que un día llegó un minuto tarde a su oficina de confianza y le cerraron la puerta en las narices. Si el señor Shepherd hubiera sido repartidor de leche seguramente nunca habría salido en este artículo, pero resulta que era ingeniero y trabajaba en una empresa especializada en la fabricación de máquinas de contar billetes llamada De la Rue. Al hombre se le ocurrió que su compañía también podría diseñar un aparato que sirviera dinero a los clientes cuando las oficinas estuvieran cerradas. Después de darle vueltas un par de años, el 27 de junio de 1967 la oficina que el Barclays Bank tenía (y tiene) en el Enfield Town de Londres puso en marcha el primer modelo diseñado por aquel ingeniero tardón.

Narrativamente, la historia es impecable y termina con final feliz, pero la evolución de la tecnología y la incorporación de las innovaciones nunca son fruto de un esfuerzo individual. Ninguna de las máquinas que utilizamos hoy en día ha sido posible solo con el trabajo de una sola persona, y el cajero automático no es una excepción.

De hecho, ese mismo 1967, muy pocas semanas después se vivieron dos experiencias similares. La primera en Suecia y la segunda en la misma capital británica, donde el banco Natwest puso en marcha su propio artilugio dispensador de dinero.

Aparte, más allá de la casualidad cronológica también es necesario tener en cuenta la propia evolución de la tecnología. Cuando se instalaron los primeros cajeros todavía no se habían popularizado las tarjetas de crédito, y para sacar dinero se necesitaba una suerte de formulario proporcionado por la propia entidad bancaria. Encima, no se podía elegir cuánto dinero se podía sacar porque las máquinas estaban programadas para dispensar una cantidad fija.

Con el desarrollo de la ingeniería informática se mejoraron las terminales, tanto a la hora de interactuar con el usuario como para conectar con la sede central. IBM dominó el sector hasta la década de 1980, cuando la compañía NCR, entre otras, introdujo unos modelos de cajeros más fáciles de usar. Seguramente los más veteranos todavía recordarán esas pequeñas pantallas negras y sus características letras de color verde brillante.

La gran transformación del sector llegó con la telefonía digital y la adopción del sistema Windows para programar terminales. Aquello permitió, por ejemplo, arreglar los problemas de los cajeros desde la sede central sin que un técnico tuviera que desplazarse físicamente. Además, las nuevas líneas telefónicas hacían posible ampliar la oferta de cajeros y ponerlos en todas partes. De hecho, en Europa cada entidad prefirió crear su propia red de máquinas, y la clientela iba loca buscando una oficina de su banco o caja porque si utilizaba un cajero de la competencia le cobraban una comisión desorbitante. Ahora, nos conformaríamos con encontrar uno, de quien fuera, sin tener que invocar el oráculo de Delfos para localizarlo.

expansión

El Popular, pionero en España

La expansión geográfica de los cajeros automáticos fue desigual. Después del Reino Unido y Suecia se pusieron en marcha en otros países como Estados Unidos y Japón. A España no llegaron hasta 1974. La entidad pionera fue el Banco Popular, que instaló el primero en una sucursal de la ciudad de Toledo. A partir del año siguiente se fueron colocando en el resto del territorio.

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