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Xavier Carmaniu Mainadé

Relojes, de la guerra al lujo

Antes de estrenarse como goleador en la Liga, la flamante estrella polaca del Barça, Robert Lewandowski, ya lo hizo como barcelonés, cuando el pasado jueves le robaron el reloj mientras estaba firmando unos autógrafos al salir del entrenamiento. Tuvo suerte y los Mossos d’Esquadra y la Policía Municipal de Sant Joan Despí lo recuperaron enseguida, aunque no sabemos si desde entonces se lo ha vuelto a poner.

Los relojes de pulsera son uno de los objetos más apreciados por los ladrones por ser valiosos, de buen esconder y fáciles de revender. No sé si a ustedes les pasa, pero a mí no deja de sorprenderme la cantidad de hombres que invierten tanto dinero en un aparato que solo sirve para decir qué hora es. Sobre todo porque vivimos en una época en la que está en desuso y desde la irrupción del móvil casi nadie lo lleva. Es evidente que, en determinados círculos, el reloj de pulsera es más un signo de distinción y estatus que una herramienta con fines prácticos. Ahora bien, el fenómeno de los relojes de lujo no puede entenderse sin conocer la historia del último siglo y medio, tal y como demuestra la profesora Alexis McCrossen en su libro Marking modern times publicado en 2013.

Revolución industrial

Es cierto que la humanidad siempre ha querido medir el paso del tiempo, pero no fue hasta el siglo XVIII cuando lo logró hacer con precisión. Primero con fines científicos, durante la Ilustración, y a partir del siglo XIX con la Revolución industrial, se convirtió en una herramienta imprescindible para el funcionamiento de la economía. En el mundo rural, la gente seguía el ritmo solar pero en la ciudad eso no era suficiente. Había que saber la hora para entrar en la fábrica o para tomar un tren y así fue como aquellos primeros relojes portátiles del siglo XVIII empequeñecieron hasta caber en el bolsillo, atados con una cadena en el botón del chaleco. Controlar el tiempo era la gran obsesión y acabaría dando pie a la famosa frase «time is money».

Mientras las mujeres, que no llevaban chaleco, convirtieron ese aparato en una joya, que lucían como una aguja en el pecho o incrustado en un brazalete. Efectivamente, el reloj de pulsera era un complemento femenino y a los hombres ni se les pasaba por la cabeza que podían llevar uno. ¿Qué pasó entonces? Las guerras.

McCrossen explica que en la guerra bóer que hubo en Sudáfrica entre 1899 y 1902, algunos soldados empezaron a atarse el reloj de bolsillo en la muñeca con un cordel para consultarlo sin dejar el arma. Esa iniciativa espontánea se consolidó durante la Primera Guerra Mundial. El conflicto que estalló en 1914 y está considerado la entrada en la modernidad del siglo XX, también supuso la consolidación de los relojes de pulsera.

En esa guerra, que adoptó el funcionamiento industrial en el mundo bélico, se iba a toque de pito y se seguía un horario estricto para cumplir las órdenes de las acciones coordinadas. Así pues, aquel utensilio, en otros tiempos femenino, se reveló como una magnífica herramienta para saber qué hora era en cada momento mientras se disparaba desde las trincheras.

Y cuando en 1918 el mundo dejó de matarse (momentáneamente), los fabricantes de relojes convirtieron la experiencia bélica en un argumento de venta. Si un hombre quería ser tan viril como un soldado tenía que llevar uno de esos pequeños artilugios atados a la muñeca. Después, durante la década de los 20, la tendencia se afianzó cuando los sportman, que pilotaban aviones y conducían automóviles, también lo utilizaban. Les iba bien para consultar qué hora era sin soltar el volante (imagínense conducir y buscar el reloj de bolsillo).

A partir de entonces las grandes marcas de relojería se lanzaron a diseñar modelos masculinos y los hombres pudieron llevarlos con orgullo sin ver peligrar su virilidad (¡qué hondas son las raíces de las masculinidades frágiles!). Incluso se convirtió en un regalo habitual de una generación a otra, como el que pasa el testimonio de una carrera de relevos. Esperamos que Lewandowski pueda conservarlo y legarlo a sus hijos dentro de muchos años. Eso sí, después de marcar muchos goles con el Barça.

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