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Xavier Carmaniu Mainadé

Entender + con la Historia

Xavier Carmaniu Mainadé

El escudo invisible

Hay productos que parecen haber existido siempre, como si hubieran llegado a nosotros por arte de magia. Pero la verdad es que acumulan años de historia. Incluso los más modestos, como el protector solar.

Lamentamos comunicar a nuestros queridos lectores que mañana comienza el último fin de semana de agosto, por lo que para muchos también se acerca el final de las vacaciones y de los días de playa. No hay más remedio que volver al trabajo y a la rutina, pero hay que hacerlo con la cabeza alta y lo más bronceados posible. Que se note que nos hemos pasado horas tirados al sol como lagartos, disfrutando del dolce far niente estival. De hecho, seguro que más de uno aprovechará este fin de semana para hacer una última sesión solar. Pero una cosa es volver a la oficina con un color envidiable y otra es hacerlo chamuscado como un pollo al horno.

Es de sobra conocido que no siempre hemos tenido tanta devoción para tomar el sol. Dicen que la culpa es de la diseñadora Coco Chanel, que hace un siglo puso de moda el bronceado a raíz de los cruceros que hacía por el Mediterráneo. A partir de ese momento se asoció el estar moreno con un estilo de vida saludable.

La fórmula egipcia

Esto supuso un cambio radical de paradigma porque durante muchos siglos mantener la piel blanca era signo de distinción. Esta idea estuvo presente en continentes y épocas distintas. En Japón, las mujeres se maquillaban con cosméticos para blanquearse el rostro, al igual que ocurría entre las aristócratas europeas de la Edad Media y Moderna. Pero es que incluso en el Egipto de los faraones buscaron la forma de no broncearse. Allí utilizaban preparados a base de salvado de arroz, altramuces y jazmín. Sabían lo que se hacían: investigaciones recientes han descubierto que la combinación de los tres elementos ayuda a absorber la radiación ultravioleta y a clarificar la piel.

Inicialmente los humanos no necesitaban mejunjes para protegerse porque los antepasados del Homo sapiens, originarios de África, tenían la piel oscura gracias a la melamina natural y eso evitaba quemaduras en la piel. Después, con las migraciones hacia el norte y la disminución en la exposición solar, los humanos fueron palideciendo.

No fue hasta finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, cuando los médicos empezaron a investigar los efectos que causaba el astro rey en nuestra piel. En 1798, el inglés Robert Willan, considerado el padre de la dermatología moderna, describió enfermedades relacionadas con la sensibilidad a la luz solar y tres años después el alemán Johann Wilhelm Ritter descubrió la existencia de los rayos ultravioleta (UV). A partir de ahí otros facultativos siguieron profundizando en ese campo; por ejemplo, el británico Everard Home, en 1820, demostró que la pigmentación de la epidermis tiene efectos protectores y que un aumento de la exposición a la luz solar la oscurece.

Casualidad o no, las primeras voces que alertaron de los peligros de una excesiva exposición solar llegaron del norte. El sueco Erik Johan Widmark, en 1889, relacionó la radiación de los rayos UV con las quemaduras y dos años más tarde el alemán Hammer teorizó sobre la necesidad de utilizar algún tipo de protector solar químico para evitarlas.

Después, mientras Coco Chanel marcaba tendencia, el doctor G. M. Findlay, mediante un experimento con ratones, demostraba que existía un vínculo directo entre el cáncer de piel y el incremento de las radiaciones UV. Así, entre la moda y la prevención médica, aparecieron las primeras cremas. En 1935, Eugène Schueler, fundador de L’Oréal, elaboró y comercializó un aceite bronceador que aceleraba el proceso de pigmentación de la piel sin quemarse. Y en 1938, el químico suizo Franz Greiter, después de acabar rojo como una gamba haciendo alpinismo, tuvo la idea de crear el primer protector solar moderno, pero tuvo que esperar al final de la Segunda Guerra Mundial para comercializarlo. Finalmente, en 1946, lanzó la marca Piz Buin, precisamente el nombre de la montaña donde había tenido la inspiradora chamuscada.

A partir de entonces y, con el paso de los años, la oferta de protectores solares se ha ido multiplicando al mismo ritmo que ha crecido la conciencia entre la población que debe protegerse a la hora de tomar el sol, porque una cosa es volver bronceado al trabajo y otra presentarse rojo como un tomate de gazpacho.

EEUU

Protección solar en el frente bélico

Durante la Segunda Guerra Mundial, el Ejército de EEUU trabajó en un proyecto de alto secreto para desarrollar un protector solar para los soldados destinados al desierto. Al final utilizaron vaselina veterinaria roja. Después de la guerra, el excombatiente y farmacéutico Benjamin Green mejoró la fórmula y la comercializó con el nombre de Coppertone.

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