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El revés y el derecho

Natalia Guillén Chinea nace para la literatura

Hay en el sur de Tenerife, al frente del Instituto Magallanes de Granadilla de Abona, una escritora formidable, cuya sintaxis ya le ha brotado del anonimato en la que vivía y se ha hecho libro, Mira que eres boba, presentado este último viernes en un salón, que parece un galpón, en el edificio M3 de El Médano.

Allí, rodeada de amigas y de amigos, de estudiantes suyos y de muchos que lo fueron, con un lleno que parecía el de una boda civil de alguien muy querida por una multitud, se presentó Natalia Guillén Chinea con ese libro cuyo título alude a lo que muchas chicas (y chicos: ¿a quién no se le ha dicho ´mira que eres bobo`? De raíz morena, como si hubiera sido hecha al sol (al sol del sur, que no es cualquier cosa), tímida como una niña que va a pedir una beca, apasionada de la gente como una samaritana del Sahara o de la Pampa, madre de tres hijos machos, desde hace mucho tiempo decidió (lo lleva en los genes, pero algo la llamó a ser sobre todo eso) ser una buena persona en activo.

Es decir, no ser alguien que dice que lo es, sino ser mujer que en efecto hace de la solidaridad, de la preocupación por los otros, una actitud moral, una obligación que le nace desde que se mira al espejo por las mañanas y se pregunta: quién soy, quién me necesita, qué debo hacer para que el otro o la otra vivan mejores vidas.

Su timidez es legendaria entre sus amigos y entre sus también innumerables amigas, pero como su generosidad supera sus otros impedimentos ha llegado a ser una de las profesoras más audaces y desprendidas de los distintos sures por los que transita: el sur de la cultura, el sur del compromiso, y ahora se desvela que en su alma sin rencores estaba también, pugnando por salir, el sur de la literatura.

En la tierra en la que ha crecido, por ejemplo, la imperiosa literatura libre de Andrea Abreu, nace pues Natalia Guillén Chinea, que así, con todos los nombres de su nombre, firma este Mira que eres boba, presentado ante una multitud en ese lugar que parece de una película de Stanley Kubrik, ante un gentío que incluía jóvenes, estudiantes que ya lo fueron, compañeros de aulas y también vejestorios como quien firma estas notas y algunos más que, por cierto, también se dedican al oficio en el que yo me empleo.

A Natalia Guillén Chinea la conocí de periodista, por cierto, hace años, cuando vino a mi casa de El Médano para interesarse por algunas de las cosas que hago. Industriosa y extremadamente educada, me ayudó además en una tarea que entonces era lo peor que me había pasado: se me inutilizó una planta del pie mientras hacía periodismo en Fuerteventura, y estaba francamente lesionado en mi casa, sin otra ayuda que la que fuera viniendo. Como si hubiera venido para eso, Natalia tuvo más en cuenta mi padecimiento que las que fueran sus obligaciones de reportera, y francamente no sólo hizo que mi pierna funcionara algo mejor, sino que sobre todo me regaló algo más potente e íntimo, la amistad como factor inolvidable.

Desde entonces la vi alternar su timidez con sus opiniones, así que ya puedo decir que su sentido del progreso (y de lo que es ser progresista) nace de un compromiso radical, por los otros, con los otros, contra todo tipo de injusticias. Esas actitudes, que la han hecho una profesora solidaria y una ciudadana comprometida, se muestran en esta primera novela, en la que mujeres de distintas maneras de ver la vida (Victoria, Remedios, Libertad, Yaiza y Luciana) cuentan en qué andan, qué han perdido, qué van ganando, qué pasiones huyen de ellas, cuáles abrazan.

No hay en todos esos retazos de vida nada que sea superfluo. Pero, como dice su colega escritora, Aida González Rossi, en un prólogo formidable, nada está de más en esta novela de sentimientos. Dice Aida, que participó en la presentación (con la poeta Loly Armas), y leyó textos suyos de enorme impacto literario, y humano, que “este es un libro sobre apartar la calima para descubrir que la calima siempre formará parte de la memoria de los días que pobló; sobre morder un tomate y toparse con que, aunque lleváramos tanto tiempo sin hacerlo, el sabor a tomate seguía existiendo en otras individualidades, en otras bocas erizadas”.

La evocación a las mujeres y a los empaquetados de tomates, que fueron en un tiempo el centro de la ocupación femenina en muchas partes de las islas mayores, es una metáfora mayor para quienes vimos desde dentro aquel mundo tan propicio a la injusticia y al dolor. Ese basamento de su memoria y de su literatura está en todo el libro, y está en la raíz humana de Natalia.

Al final de la presentación ella quiso que un alumno suyo del pasado reciente (Jonathan Marrero Corujo) cantara aquellas Lágrimas negras que hicieron grande a Cigala. Al final de la música, ella se levantó, abrazó a su antiguo estudiante, y después, cuando ya la presentación se fue diluyendo en medio de un aplauso que parecía una ola del Médano celebrándola, aquella multitud se fue acercando para que uno a uno, una a una, ella les firmara sus libros.

Parecía la inauguración de una escritora, pero en realidad era la prolongación de un homenaje que se le debe también por sus otros desempeños, en los que ahora desemboca quizá el que los junta: el de escritora.

Les toca ahora a ustedes ir a las librerías. Mira que eres boba. Natalia Guillén Chinea. Editorial Con M de Mujer.

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