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José A. Luján

Piedra lunar

José A. Luján

Famara y El risco vertical

Cuando el decurso de las semanas rompe el habitual calendario laboral y los días se hallan atravesados por jornadas festivas, que propician la construcción de «puentes intangibles», el ciudadano aprovecha para recorrer algún paisaje del entorno de nuestro Archipiélago. Las islas conservan muchos parajes inéditos que están por descubrir. En fechas recientes hemos vuelto a reencontrarnos con Famara, allá por el noroeste de la isla de Lanzarote, que por vez primera descubrimos hace cincuenta años.

El isleño tiene en su entorno diversas formas de medir el tiempo. Delante de sus ojos se le presenta el tiempo geológico, con millones de años en los que se ha configurado la piel de las islas, cada una a su manera, con conos volcánicos que sin duda lidera el majestuoso Teide. O el derrame de magma que durante siete años se extendió sobre cultivos y caseríos de Lancelot, creando lo que hoy es Montañas del Fuego o Timanfaya. Y de manera más cercana, como ciudadano del mundo, el isleño también tiene la forma biológica de la medida, que coincide con el tiempo vital de su envergadura corporal.

En Famara se expresa el tiempo mil-milenario, formalizado en dos planos angulares y de diferentes texturas. Un plano horizontal, recostado en la propia playa extensa, formada por dorada arena a lo largo de cinco kilómetros, que recoge el acariciante sonido de la rompiente, de olas que nacen en los cercanos islotes del Archipiélago Chinijo, catalogados como Parque Natural, entre el caserío marinero de La Caleta y la base del impresionante risco de Famara. Este paisaje queda al cobijo de La Graciosa, Montaña Clara, Roque del Este y Roque del Oeste. En este escenario costero y marinero, luminoso y azul, se forma la arena orgánica que produce la molienda de infinidad de cascotes de caracoles, conchas y moluscos que acaban por ser triturados y esparcidos por el viento, desde la propia Famara hasta los confines de la isla. En este plano arenoso se exhiben a sí mismos, en un alarde de libertad desnuda y natural, los atléticos cuerpos de quienes optan por este enclave para sentirse hondamente humanos.

Y en el ángulo preciso, donde acaba la arena y se inicia la roca, nace el plano de lo que algunos reconocemos como el «Risco Vertical». Un escalón de más de 500 metros de desplome geológico, formado hace algunos millones de años y que nos ha dejado a tiro de ballesta o golpe de mirada las interioridades del subsuelo de la isla. Desde el punto cero, a ras de arena, nace un sendero que asciende en diagonal hasta la cresta que tiene su cumbre en las Peñas del Chache, el punto más alto de la isla, por donde se transporta el pescado y las frutas que cultivan en sus fincas entaliscadas los Rocha Topham y los Rocha Bethencourt. Y en los tiempos pasados, en las noches de luna llena, se contaban leyendas como la de la princesa Ico que tuvo que someterse a la prueba de nobleza para poder reinar en la isla. Y nos cuentan que El Risco vertical se llenaba de embrujo con voces propias de personajes indígenas, con faroles que ascienden, alumbrando la mercadería, mientras las olas acompañan en su letargo sonoro a una procesión que incluye hasta un par de caballos y mulos para hacer más provechosa la escalada. Las leyendas están nimbadas de personajes encontrados, unos propios de la isla como Timanfaya, Zonzamas, con su esposa Fayna y su hija Ico, y otros peninsulares como el comandante Martín Ruiz de Avendaño que generan entre sí una tensión narrativa a la hora de ocupar los puestos de gobierno de la isla.

Al llegar a La Caleta de Famara, nos encontramos en el mismo borde de la playa con la celebración de los esponsales de los profesores José Domingo Díaz Rocha y Elena Luján Henríquez. Son las bodas de oro una forma de medir el tiempo doméstico, más allá del milenario tiempo geológico, tratando de dimensionarlo en el marco de una existencia tangible y familiar.

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