Objetos mentales

Ellos tienen un juego

Manzanas

Manzanas

Antonio Perdomo Betancor

Antonio Perdomo Betancor

La manzana ha sido considerada por la humanidad un fruto divino, manjar de los dioses. Esta fruta estuvo presente en momentos decisivos de la historia de la humanidad. Aparte de las manzanas mitológicas conocidas, la última es la de Apple, inspirada, según parece en el suicidio de Alan Turing, y del que Steve Jobs era un profundo admirador. Alan Turing, el genio matemático que hizo posible la máquina Enigma y el desciframiento de las transmisiones encriptadas de la inteligencia nazi, gracias a cuyo logro los aliados pudieron ganar la II Guerra Mundial. Posteriormente atormentado por el juicio a su homosexualidad, Turing mordió una manzana impregnada de cianuro con la que puso fin a su vida.

La manzana digital convoca la búsqueda de la inmortalidad, por otra parte nada nuevo, la inmortalidad es un viejo leit motiv. Promete en un futuro más o menos cercano el volcado de la conciencia humana en un soporte duradero. Quien la coma alcanzará la inmortalidad, dicen. Por buscar un paralelismo, refleja una versión tecnológica de la fuente de la eterna juventud. Eso sí, una versión actualizada. Al fin y al cabo, representa ese reto. Si pensamos que los hombres no se soportan, ni siquiera a sí mismos, una eternidad es más que demasiado. Imagino que es un desafío que nos imponen nuestros creadores. Los viejos relatos señalan a creadores que bajaron de las estrellas. Probablemente habrían de ser programas de una inteligencia artificial avanzada, creadoras de zoológicos, de ocio para el divertimiento de una civilización que se aburre.

Si de manzanas se trata, la primera que conocemos fue la del Jardín del Edén. Prometía igualarnos a Dios si comíamos del árbol de la ciencia del bien y del mal. Pero tal y como ha salido la cosa calculen ustedes mismos. La segunda manzana mitológica provocó la guerra de Troya. No me voy a extender. La tercera manzana significativa fue la de Newton, fue una pasada idear que los cuerpos, en el vacío, se atraen a distancias siderales. Por extravagante y disparatada señalo por su similitud, pero ridícula, la del socialista utópico Henri de Saint-Simon que, en una pretenciosa y burda imitación de la Newton, creía haber descubierto la ley universal del comportamiento humano. Con esa ley universal y su natural aceptación por la humanidad, pensaba que desterraría para siempre sus conflictos. Lo cual usted puede verificar, si lo desea, su éxito en el ejemplo de la guerra ruso-ucrania.

Para despejar tanta desesperanza, algunos filósofos piensan que en realidad no somos reales sino personajes virtuales de un videojuego. Obedecemos a una programación. Lo gracioso de esta hipótesis radica en su imposible demostración, habida cuenta de que estamos en el mismo bucle. Toda investigación y demostración de esta hipótesis remite a la realidad creada por su programador.

Por otra parte, en un videojuego o cualquier otra creación, el autor deja consciente o inconscientemente su rúbrica. Así pues, si nuestro mundo fuera una recreación virtual como especulan algunos filósofos, cabría suponer que el software del cerebro humano identificaría a su diseñador. Por la razón de que probablemente el diseñador no puede evitarse a sí mismo, permanecería en su obra su huella indeleble y su identidad. Algo así como la sombra que acompaña a la figura. No puede desprenderse de ella. Supongo que es la persistencia del creador por su creación donde expresa sus preferencias y emite su orden de las cosas.

Por remitirnos al pasado, un mundo virtual creado por caballos inteligentes dejaría una huella de su equinidad, cuando hablando de los dioses, Platón dijo que, en una sociedad constituida por caballos inteligentes, sus dioses, de tenerlos, serían caballos. En hipótesis, si nuestro mundo físico es un mundo virtual, ¿de qué realidad física o mental somos representación virtual? ¿De su creador?

Uno de los aspectos del cerebro y su epifenómeno que me fascina es la que se deriva de su persistencia de un sentido de justicia. Nuestro cerebro pugna por ella, pese a las dificultades, como una radiación de fondo. Fijada en su consciencia.

La hipótesis de que el mundo que vivimos fuese un mundo virtual nos sugiere además que la elección paramétrica de justicia es inherente a la factibilidad del videojuego o preferencia del creador. Un videojuego sin justicia ni justicieros sería profundamente aburrido. Y doy por supuesto que sin juego no hay diversión.

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