Retiro lo escrito

Un baboso error

Pedro Sánchez y el rey de Marruecos, Mohamed VI, reunidos el pasado mes de abril.

Pedro Sánchez y el rey de Marruecos, Mohamed VI, reunidos el pasado mes de abril. / EFE

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Juan Fernando López Aguilar suscribe intelectualmente la devoción hacia una socialdemocracia por cuya reforma clama hace veinte años sin mayores resultados -- al modelo socialdemócrata ya no lo resucita ni un Claus Offe con los poderes del mago Merlín -- pero al mismo tiempo es capaz de ser diputado o ministro y suscribir lo que se le mande desde la dirección del PSOE sin rechistar. En ese sentido el eurodiputado canario es un ejemplo del psocialismo sanchista: la ideología es una estética, un instrumento de autoafirmación moral, y para lo demás lo que mande el jefe. Por eso alumbró el otro día muy cejijunto que con lo de Marruecos había que ser responsable y si había que tragarse sapos, pues se los tragaba uno sin masticar. El PSOE votó en solitario en contra una resolución del Parlamento europeo en la que se exigía al gobierno marroquí que respetara la libertad de prensa. Entre otros periodistas marroquíes, Omar Radi, Sulaiman Raisuni y Taufik Buachrine están encarcelados sin garantías judiciales y bajo acusaciones más o menos delirantes. Los socialistas españoles votaron en contra de la protesta contra la dictadura de sidi Mohamed y salieron corriendo. Quedó López Aguilar para hablar de las relaciones mutuamente beneficiosas entre España y Marruecos, pero, obviamente, no se trataba de eso. Es el Gobierno de Mohamed VI, y no Marruecos, quien ha sido denunciado por sus prácticas despóticas, brutales y arbitrarias. Cualquier avance hacia la auténtica democratización del país – pese a las prometedoras señales de los primeros años del reinado – ha quedada congelada.

De la misma manera que ha sido la torpeza política y diplomática española la que condujo a esta patética situación, el baboso servilismo del Gobierno de Pedro Sánchez y del PSOE no garantiza una defensa eficaz de los intereses españoles frente a Rabat. Por supuesto, el punto de inflexión fue el reconocimiento de la soberanía de Marruecos por Donald Trump. Pero antes de llegar a ese momento crítico los gobiernos españoles desarrollaron una notable vocación por el error respecto a Marruecos y sus reivindicaciones políticas y territoriales, desde el abandonó vergonzante del Sáhara durante la agonía de Francisco Franco hasta esa inconsútil estupidez que se llamó el teorema del colchón de intereses: urdamos con Marruecos un conjunto de intereses y nichos de oportunidad comunes e interrelacionados – en la pesca y la agricultura, en el comercio, en el tránsito de fronteras, incluso en la compraventa de material militar – que amortigüe cualquier desavenencia. Marruecos, con colchón y sin colchón, siguió desarrollando su propio proyecto estratégico: mantenimiento de la monarquía y reproducción de la oligarquía financiera y empresarial que le sirve, expansión hasta conseguir el Gran Marruecos y conquista de la hegemonía en el norte de África. Para ello han cuidado especialmente las relaciones con Estados Unidos. En un artículo magnífico Jesús Manuel Pérez Triana recuerda que Marruecos fue el primer país en reconocer la independencia de Estados Unidos en 1777 y el primero en firmar con los yanquis un tratado de amistad. Durante el último medio siglo Rabat ha regado Washington con cientos de millones de dólares y tiene en la capital estadounidense su propio think tank, el Morroccan American Center for Policy, que es singularmene activo y no hace ascos ni a demócratas ni a republicano. Es una agenda flexible en las formar pero inamovible en el fondo. No tienen prisa: lo de Estados Unidos y el Sahara les llevo varias décadas. Mientras se convierten en una potencia militar – han multiplicado por siete su gasto militar en los últimos días años – siguen trabajando en sus objetivos. Y el gobierno español pide respeto para una potencia que reclama Ceuta y Melilla para pasado mañana. Canarias y sus aguas territoriales pueden esperar.

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