Desde la sala

Beber o vivir

Beber o vivir

Beber o vivir

Myriam Z. Albéniz

Myriam Z. Albéniz

De unos años a esta parte se ha instalado en nuestra sociedad un estilo de ingesta alcohólica asociada al ocio que nada tiene que ver con el formato tradicional al que antaño estábamos acostumbrados. Se ha ido consolidando progresivamente un patrón de consumo caracterizado por llevarse a cabo, sobre todo, durante los fines de semana y las vacaciones, y cuya particularidad estriba, no tanto en el hecho de que se beba, sino en la forma compulsiva de hacerlo. Ahora que se inicia el tiempo de Carnaval y, por ende, de fiestas populares y demás celebraciones festivas, resulta difícil imaginar eventos cuyo desarrollo no se vea afectado en mayor o menor medida por el consumo de alcohol y de otras sustancias, trascendiendo a la consideración de comportamiento meramente individual para convertirse en un hábito de elevado componente colectivo.

Dadas las circunstancias, cabe preguntarse qué está fallando en nuestra sociedad actual para que los menores que forman parte de su estructura se expongan a perder el conocimiento con una litrona en la mano sobre un charco de vómitos y orín. Aunque en un primer momento, la desinhibición que provoca la bebida les facilite la apertura de canales de comunicación, el peaje que tienen que pagar para perder sus miedos y sentirse aceptados es altísimo, ya que les enfrenta al abuso de determinadas drogas que crean dependencia física y psíquica. En el lenguaje juvenil, beber es sinónimo de disidencia, de emancipación, de afirmación de la identidad, pero cuesta admitir que, si se hace incontroladamente, acarrea gravísimas consecuencias, que van desde la alteración de la vida familiar al bajo rendimiento escolar, pasando por el riesgo de embarazos no deseados, enfermedades de transmisión sexual o accidentes de tráfico.

Esta vertiente del ocio asociado inevitablemente al etilismo constituye, sin duda, uno de los principales fracasos a los que la ciudadanía se ve abocada y requiere ser abordado seriamente y con la máxima prioridad por parte de todos los agentes sociales implicados, empezando por las propias familias y siguiendo por los centros educativos, los medios de comunicación y las Administraciones Públicas. En este sentido, y después de tres décadas implementando un novedoso proyecto que continúa vigente a día de hoy, Islandia ocupa el primer puesto mundial dentro de los países que han conseguido cambiar esta perniciosa tendencia, gracias a una vía basada en lo que se denomina «sentido común forzoso». Y, a la vista de los resultados, si se adoptase en otros estados, el modelo islandés podría resultar beneficioso para el bienestar psicológico y físico de millones de jóvenes.

Los cambios legislativos resultaron fundamentales desde el principio, penalizándose la compra de tabaco por menores de 18 años y de alcohol por menores de 20 y, simultáneamente, prohibiéndose la publicidad de ambos productos. Se reforzaron los vínculos entre progenitores y centros de enseñanza por medio de organizaciones de madres y padres creadas por ley, junto a consejos escolares con representación paterna y materna. Se instó a asistir a charlas sobre la importancia de pasar mucho tiempo con sus hijos e hijas, en lugar de dedicarles esporádicamente el tan discutido y discutible «tiempo de calidad», así como a hablar con ellos de sus vidas y esmerarse en conocer a sus amistades. Se aprobó asimismo otra norma de obligado cumplimiento para impedir que los adolescentes de entre 13 y 16 años salieran de casa después de las diez de la noche en invierno y de las doce en verano, promoviendo de ese modo una superior estancia nocturna en los domicilios. A las anteriores medidas, se añadió además una mayor financiación estatal de clubs deportivos, musicales, artísticos y de actividades organizadas, que ofrecen a chicas y chicos otras maneras de encontrarse a gusto sintiéndose parte de un grupo, sin necesidad de consumir sustancias nocivas para su salud. Valdría la pena, pues, reproducir esta exitosa alternativa que nos exhorta a decidir entre beber o vivir.

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