A la intemperie
Desgarro
Hacía años que no me ponía aquella chaqueta de pana con coderas, pero me la probé y me quedaba bien y estaba como nueva, de modo que decidí salir con ella. Ya en el metro, al introducir la mano en uno de sus bolsillos, tropecé con algo viscoso que no identifiqué al tacto. Retiré la mano instintivamente temiendo que hubiera anidado allí, durante aquel tiempo, alguna clase de bicho, quizá una familia de babosas. Vaya usted a saber lo que sucede en el fondo oscuro de los armarios cuando no se limpian con la frecuencia debida. Dejé pasar dos estaciones antes de atreverme a investigar de nuevo. Las yemas de mis dedos tocaron ahora un tejido maleable que, según comprobé, estaba seco. Tiré por fin del objeto para ver qué rayos era y resultó ser un calcetín viejo, hecho quizá de un tipo de fibra que al envejecer había adquirido la textura de los hilos de la tela de araña. Me pregunté cómo había llegado hasta allí aquella prenda viuda y dónde habría perdido a su compañera.
El calcetín había sido abandonado en su día en el fondo del armario, quizá dentro de un zapato viejo, a modo de ataúd. Durante un tiempo, permaneció allí, triste, triste, en su unicidad de color negro, quizá echando en falta no ya a su pareja, sino a su pie. Tal vez los calcetines se sienten vacíos cuando no tienen un pie dentro. Sería lo lógico. Durante esas semanas de inactividad, la prenda se habría ido biologizando, es decir, le habría salido un hígado, un corazón, no sé, un conjunto de vísceras y seguramente un puñado de neuronas que le habían hecho tomar conciencia de la condición de abandono en la que había caído.
Pobre.
Entonces decidió emigrar desde el zapato en desuso a zonas más habitables del armario. Reptó, trepó, se arrastró, hasta alcanzar la chaqueta de pana, en cuyo bolsillo se hizo fuerte a la espera de tiempos mejores. Pasados los años, sus vísceras se fueron descomponiendo hasta provocar el colapso total del calcetín, su muerte. Lo que yo encontré, pues, era un cadáver. No obstante, al día siguiente me lo puse, por mera compasión, pero se desgarró enseguida.
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