Aula sin muros

Filosofía y corrupción

Prostitutas, alcohol y drogas: vídeo de las noches de fiesta en el 'Caso Mediador'

Prostitutas, alcohol y drogas: vídeo de las noches de fiesta en el 'Caso Mediador' / LP/DLP

Javier Pérez Montes de Oca

Parafraseando al canciller estadunidense Henry Kissinger respecto al presidente panameño al que llamaban «cara de piña», juzgado y condenado en los Estados Unidos por narcotráfico, en este caso, aplicado a la corrupción «son corruptos, pero son nuestros corruptos». Adhesión inquebrantable y ciega, por parte de votantes y fieles aprovechados de dádivas o migajas a los que, en habla isleña, «han metido la mano en la lata del gofio». El penúltimo escándalo del llamado «Mediador» que parece no aprenden del pasado y mezclan dinero, dádivas, drogas y orgías en garitos de alterne y que implica a corruptos y corruptores de las islas. Hace un tiempo, un congreso celebrado en el sur de la isla de Gran Canaria en el que se gastaron medio millón del erario público en hoteles de lujos, comilonas, autos de alta gama al que asistieron muy pocos de los convocados al evento. El resto, allegados y familiares. Decenas, cientos de casos, en curso de investigación en todo el Estado español que alcanza hasta el parlamento europeo donde se ha enjuiciado a una diputada socialdemócrata griega y su pareja bon vivant de la mejor jet. Una pléyade de presidentes y ministros sudamericanos imputados, en prisión o con sentencia como la expresidenta argentina, Cristina, por malversación y enriquecimiento ilícito que se creyó la nueva Evita Perón. Una ola de corrupción, codicia de personajes con poderío, cruza de una punta a otra del planeta y siembra de dudas y críticas a todas las instituciones. Según el FMI, la corrupción costaba a España, en el año 2019, unos 60.000 millones de euros. Y según la OCDE, en 2018, de la inversión en un proyecto de construcción con financiación pública se puede malgastar entre un 20 y 30% por mala gestión. He sido testigo como, en una entidad pública, se tiraba a la basura o se entregaba a la chatarra una partida de ordenadores sin desembalar de las cajas. En plena precampaña electoral surgen ataques furibundos de opositores políticos con el «tú más», y unos y otros, gente bien, alguno amparado por su ángel de la guarda, olvidan la sentencia evangélica de «el que esté libre de pecado que tire la primera piedra». Una ojeada a la historia del pensamiento nos indica que Platón relaciona la corrupción con la falta de empatía. No considerar la mirada del otro. En respetar su identidad. Afirma el filósofo que estos valores deben formar parte de la educación a los jóvenes en la escuela. Insiste, el autor en todos sus escritos, que la ética se fundamenta en la búsqueda del bien individual y colectivo que es donde reside la vida de la polis, el acontecer de todo lo político. Tanto que «ponen en valor», «y como no puede ser de otra manera», manido y nada original latiguillo en boca de los profesionales de la política que hablan de la justicia, la honestidad y la igualdad para que, al final, resulte lo de «las promesas electorales son para no cumplirlas». Sócrates centra el origen de la corrupción en la ignorancia. Pero, en el momento actual, está más asociado a la erótica del poder. Para el mencionado Henry Kissinger, «el mayor de los afrodisíacos». La atracción que personas con gran estatus ejercen sobre los demás y deciden programas y presupuestos. Comportamientos amorales, carentes de ética, al margen de cualquier compromiso social origen de la podredumbre, «de la destrucción de la humanidad» propio del «animal que habla», que escribe el filósofo y profesor Emilio Lledó. Filósofos de todas las épocas han hablado y escrito acerca del desempeño del poder en base a intereses económicos, perversión mental de la supremacía que provocan titulares de protesta y coraje ciudadana e indignación de escritores y periodistas que titulan «las élites contra el pueblo». Han enfatizado que una buena manera de proporcionar felicidad a los ciudadanos es que los dueños de grandes emporios comerciales y gestores de la res pública se rijan por principios deontológicos y morales. Se trata de facilitar el bienestar al mayor número de personas. Esa inmensa mayoría que no hace la historia, sino que la padece. El Informe mundial sobre la felicidad reveló que un factor importante de felicidad es la percepción, por parte de la ciudadanía, de que las empresas e instituciones de su país o comunidad no sean corruptas. Así se determinó, por ejemplo, que Finlandia fuera el país más feliz del mundo en el año 2018. Dimitió un viceministro por no justificar los gastos de «cuatro mil euros». Otra cita evangélica: «quien tenga oídos para oír que oiga». Pero no solo es corrupto el que «mete la mano en la lata del gofio» sino el que utiliza su influencia de cargo o excargo político para colocar en puestos de trabajo relevantes a familiares y amigos. También el que hace dejación de sus obligaciones de servir a los demás en cualquier entidad pública o privada. Lo es la apatía o lentitud institucional en la resolución de un expediente. Y el enredo interminable de dígitos que hay que plasmar en una solicitud telefónica o electrónica, en especial en personas mayores instaladas en los analógico, por lo que cualquier gestión se encuentra sin terminar y lleva al desistimiento. Y cuando se decide recurrir a lo presencial, se ve obligado a madrugar, permanecer a la intemperie en la cola y expuesto a que, con buenos modales o acritud, le digan que le falta un papel. La secular desidia del genial Larra cuando escribió lo de «vuelva usted mañana».

El santo y filósofo San Agustín escribió que los humanos se mueven por tres impulsos: la ambición de poder, la lujuria y la codicia. La Iglesia, como institución a la que perteneció el sabio el obispo de Hipona, también se ha visto, largamente, implicada en casos flagrantes de abuso de poder, coimas y prácticas lujuriosas por parte de sus altos dignatarios y personal eclesiástico. Las religiones orientales parece que han sido más comedidas y el budismo, proclama que la ética aporta más al bienestar humano que los dogmas divinos. Y la Iglesia católica, a través de la Curia vaticana compuesta por príncipes de un «reino que no es de este mundo», todavía no ha dictaminado que la corrupción sea un pecado mortal como lo son el aborto o el uso de anticonceptivos en poblaciones de demografía desbordada. Desconozco si el adulterio sigue siendo un pecado del que hay que confesarse. Se dice que la corrupción desanima a la población y hace que desconfíe de los políticos e instituciones. Las encuestas, muchas de las veces encargos de interés partidista, son interpretadas por políticos de todo cuño, tertulianos e informadores como señal de que, a la hora del voto, los ciudadanos se fijarán en las cifras de paro, el producto interior bruto o la inflación. Ninguno pone el acento en la credibilidad, decencia, nivel intelectual y moral de las mujeres y hombres llamados a ser elegidos para el mejor desempeño de la cosa pública. Y la población, anestesiada y crédula del cortoplacismo, sigue votando a mediocres o corruptos imputados y denunciados por testigos y los medios. Lo cual indica que se vota por identificación emocional a los suyos, como se es fiel al equipo de futbol de toda la vida, ignorancia o con «los dedos en la nariz» porque son los menos malos. Se ha asentado cierta degradación moral y «el colapso de del pensamiento crítico» del que habla el filósofo y escritor José Antonio Marina que se debe aprender desde la escuela. El camino correcto para que, cuando tengan la edad de votar, elijan a los más capacitados para trabajar en beneficio del bien común de lo que ya hablaba Aristóteles. Todavía continua la sombra de Diógenes, con un farol en la mano, buscando a un hombre sabio y justo por las calles de Atenas.

Suscríbete para seguir leyendo