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El viajeMeryem El Mehdati

Venga, circule

Meryem El Mehdati

El viaje

Ando a las vueltas con el paso del tiempo estos días. En realidad, con el concepto del tiempo en general. No sabría definirlo aunque pudiese dedicar horas y horas a la empresa ni aunque me regalasen más de cuatro mil caracteres con espacios para hacerlo. Ese es el espacio que ocupo aquí los domingos desde hace un año, cuatro mil caracteres con espacios. Cada año se divide en doce meses, y cada uno de esos meses en treinta y un, treinta o veintinueve días. Sin embargo, cada cuatro años uno de esos meses dura un día menos, veintiocho. Cobramos el mismo sueldo esos febreros de veintiocho días, un hecho que me haría levitar del regocijo si no fuese porque también pagamos el mismo alquiler y las mismas cantidades en nuestras facturas. Si conversan con una de esas personas que afirman haberse hecho a sí mismas tarde o temprano la escucharán afirmar que todo el mundo tiene las mismas veinticuatro horas en su día y que la diferencia entre el fracaso y el éxito está en cómo decidimos emplearlas. Tengo mis serias dudas al respecto. Poco a poco se va adelantando la hora en la que amanece y se retrasa la puesta de sol, pero cuando nos acostumbramos a los días largos y las noches cortas retrasamos los relojes una hora. Seis meses después los adelantaremos. Sesenta minutos que perdemos o ganamos en pos de un ahorro energético que no sé si consiste más en una ilusión que en la realidad.

Quizá ustedes también tengan en ocasiones la impresión de que las manecillas del reloj avanzan pero la vida se estanca en los mismos momentos, las mismas historias. Me sucede de vez en cuando. Una persona decide presentar un nuevo proyecto político ilusionante que represente -de nuevo, una vez más, no se aprende jamás la lección por más que se repita- la voz del pueblo. Un banco quiebra y el gobierno del momento decide emplear fondos públicos para rescatarlo. Un país bombardea a su vecino para seguir aterrorizándolo y extrayendo sus recursos. La inflación atosiga a la gente corriente, suben los tipos de interés, en Francia arden las calles por una revuelta. Las personas que nos rodean cumplen años, crecen. Somos conscientes de todo esto pero no terminamos de registrarlo del todo. El tiempo no deja de correr nunca, no se para, así que de repente nos encontramos con que, por ejemplo, esa hermana a la que le cambiamos los pañales y le dimos biberones pronto cumplirá veinte años. Ya no extenderemos el brazo para cogerla de la mano antes de cruzar la calle, es una persona adulta que puede ir sola por el paso de cebra o que no necesita que nadie la recoja en la parada del transporte escolar. Es independiente, tampoco busca nuestra ayuda para comer ni para vestirse. El hermano con el que nos pegábamos medio en broma medio en serio y al que le sacábamos media cabeza amanece un día con una voz diferente y veinte centímetros más alto que la noche anterior. En algún momento se casará, tendrá hijos, pero por más que se rompan la cabeza no conseguirán conciliar cómo esos segundos que se vuelven minutos que se vuelven horas que pasan a ser días, meses, años, han cambiado tanto a una persona. No obstante, comprobarán que gracias a algún tipo de milagro mantiene la sonrisa que le caracterizó durante su infancia.

Algunos de los lugares que conocía como la palma de mi mano se han vuelto ajenos, extraños. Unos pocos incluso han dejado de existir. Veo en las revistas o en la televisión a actores y cantantes que seguía o que me gustaban durante mi adolescencia y no puedo evitar sorprenderme ante lo mayores que están ya, como si yo siguiera manteniendo el mismo aspecto que tenía a los diecisiete o a los veintidós. Escribió George Seferis: «Viejo amigo, ¿qué es lo que buscas? Tras tantos años de ausencia vienes con las imágenes que albergaste bajo cielos extraños muy lejanos de tu tierra». Jamás viviremos nada que no haya vivido antes otra persona, no somos especiales. ¿No es hermoso en cierta forma? Algo que me reconcilia mucho con el paso del tiempo y con su final, la muerte, es la idea de que nadie escapa a ese viaje. Todos tarde o temprano transitaremos el mismo camino.

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