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La población en riesgo de pobreza o exclusión social baja al 26 % en 2022

Aula sin muros

El destino de ser pobre

Canarias, la segunda comunidad autónoma, después de Extremadura, con mayor población en riesgo de pobreza y exclusión social. Lo dice el Fondo Europeo de Lucha contra la pobreza. Según Unicef las Canarias son la región del Estado Español con mayor tasa de desigualdad infantil. También la que más que crece en datos de pobreza infantil con un 47% más que el resto de las comunidades autónomas. Algunas fuentes apuntan que casi la mitad de los niños se encuentran en riesgo de pobreza. No son los tiempos de miseria de la que escribe el historiador francés Fernand Braudel cuando en la rica Génova jóvenes y niños se vendían a sí mismos como galeotes para escapar del hambre y el frío de los inviernos y en la París de Los Miserables, de Víctor Hugo, se encadenaba por parejas a los muy pobres para la limpieza de las alcantarillas. Por cierto, una de las mejores descripciones de estos bajos fondos de suciedad y asco de las ciudades que se haya escrito jamás. En la misma novela el autor escribe sobre el preso Jean Valjean que, conducido a prisión por robar un pan, rompiendo un cristal, para dar de comer a unos niños hambrientos, piensa y llega a la conclusión de que el mundo se divide entre vencedores y vencidos y que la justicia es el instrumento de los vencedores. Charles Dickens, en sus obras que retrataban la miseria más deprimente en las calles de Londres escribía que «si te podías permitir comprar pan para sobrevivir, un día más, no eres pobre». Lo cierto es que, en este tiempo y desde hace décadas, por mucho interés que muestren políticos e instituciones públicas por erradicar la desigualdad entre clases sociales, resultan ser proclamas de campañas electorales y un desiderátum sin visos de cumplirse porque el nacer pobre continúa siendo un impedimento para el ascenso social. Estas diferencias se demuestran al comprobar que, en el mundo actual, la fortuna de 400 familias equivale a la renta anual de 800 millones de seres humanos y en España el patrimonio y cuentas corrientes de las 20 personas más ricas es mayor que 18 millones de pobres. En inmensas regiones del mundo subdesarrollado la desigualdad se cobra sus réditos: arrojan el mayor índice de homicidios, gente en las cárceles, maltrato infantil y embarazos de adolescentes. La pobreza se ensaña de manera especial en los niños que obtienen resultados más desfavorables de rendimiento intelectual en las escuelas que los de clase media o rica. Lo dicen múltiples estudios psicológicos, sociológicos de todos los países. En el siglo XX los pobres de solemnidad eran los que vestían con harapos y llevaban una lata para pedir comida de puerta en puerta. Hoy en los países a donde quieren llegar miles, millones de emigrantes en busca de la mejor vida que visionan en sus televisiones armadas sobre sus pobres casas de latón y tablones, los que se sitúan debajo del umbral de la pobreza, tienen nevera, teléfono, sus hijos móviles y zapatillas de marca, pese a que millones han sido expulsados de sus puestos de trabajo a los 40 o 50 años y ya son muchos los que acuden, con una bolsa, a recoger comida en un banco de alimentos Las condiciones de vida para la infancia han mejorado a partir de mitad de la década del siglo pasado. Ha bajado, drásticamente, la mortalidad infantil, entre nosotros, los niños están mejor alimentados y se ha legislado en materia de protección a la infancia. Ser niño, salvo excepciones, ya no es un valor económico, sino que, como escribe la economista Viviana Zelizek la infancia ha sido «sacralizada», que a la infancia se la considera un valor de futuro y el punto de interés se fija en los sentimientos. Lo que más afecta a los niños pobres no es vivir la realidad de no disponer de medios para equiparase al resto o ser felices con algunos objetos de consumo sino la percepción de sentirse pobres. En un significativo experimento realizado por psicólogos sociales en Nueva York, en la década de los años setenta, se demostró que los niños de familias pobres y de raza negra atribuían mayor valor, en centavos, a monedas de uso corriente. Desear tener más para amortiguar su propia infravaloración, También ocurre con los adultos. Voluntarios de bancos de alimentos hablan de madres y padres que, al verse en la cola para pedir comida para ellos y sus hijos, maldicen esa hora de vergüenza y dicen que no volverán a sabiendas de que no les quedará más remedio que volver al mes siguiente. La aceptación de un destino fatalista lo expresa mucha de nuestra gente isleña con la frase de «siempre ha habido pobres y ricos». Pero, en palabras del escritor catalán Noel Clarasó, «cosa que no consuela a ningún pobre». Lo agradece la clase de los muy ricos y otros poderes con el convencimiento de que nunca será gente que se sumará a algaradas de reivindicaciones revolucionarias. Los ilustrados del siglo XVIII hablaban de que para crear riqueza son necesarios el conocimiento y la cooperación. Es decir, una mezcla de iniciativa, confianza en sus capacidades y expectativas y la cooperación. O sea, el concurso de los otros en apoyo, solidaridad y nunca la idea de que no se sale de pobres. Para los pacatos, integristas, militantes de cierta Iglesia cuyos mandamases premian a vírgenes con medallas de méritos civiles es posible que las palabras del Papa le sonaran a un réprobo cuando dijo que «el comunismo se ha apropiado de nuestro mensaje de pobreza». Lo afirma uno de los paladines de la moral social y jefe del Estado del Vaticano con una historia de corruptelas y prebendas principescas. Al problema de la vivienda, de plena actualidad, apunta el gobierno de Finlandia que ha reducido la población de la gente sin hogar en un 35% al conceder una casa a quien lo necesita basado en el concepto psicológico de pertenencia. Un valor sentimental que hace a los humanos más humanos. Los promotores de este programa afirman que el simple hecho de ver una placa con la identificación de cada inquilino o en el buzón es un estímulo de lucha contra la pobreza y la exclusión social y cambio de los hábitos de vida. Sin embargo, nada invita al optimismo. Como escribe Noah Harari: «Aunque el hambre, la peste y la guerra pierdan prevalencia, millones de humanos en los países en vías de desarrollo y en los barrios más sórdidos seguirán teniendo que lidiar con la pobreza, la enfermedad y la violencia (…). Quienes viven en palacios siempre han tenido proyectos diferentes de quienes viven en chozas y es imposible que esto cambie en el siglo XXI».

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