Lo que hay que oír

El caballero y la puerta del microondas

Francisco García Pérez

En el día de hoy y Deo volente, me será entregado el título de Caballero de la Orden de la Calle Ulises, por decisión unánime de los escritores fundadores, Jorge Ordaz, Javier Lasheras y Fernando Fonseca. Como voy teniendo una edad, me divierte y regocija el verme honrado con título que no lleva aparejadas ni obligaciones graves (solo la defensa de la buena literatura, pleonasmo) ni estipendio, como no sea el altísimo de acrecer la amistad. Pero me agrada sobremanera al producirse en la presente época de adanismo reinante. Por ejemplo, mi nombre desaparece de no pocas instituciones que creé o promoví −en épocas predemocráticas harto difíciles y con grande menoscabo económico y social cuando no de mi integridad física− mientras que se ensalzan y nombran y loan a continuadores o atechados en su momento. Qué le vamos a hacer. Me incomoda el adanismo −ese «el mundo comienza el día que nací yo»− aunque ya se me da una higa y mucha risa, créanme, la ignorancia del vago necio de turno. Como voy teniendo una edad, digo, ya aprendí a aplicarme la lección del colosal Josep Pla: «Después de meditar toda la vida os moriréis y el agua continuará igualmente turbia». Ahí lo dejo.

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No funciona bien la puerta del microondas que me compré días atrás. Un hércules habría que ser para abrirla. Telefoneo a la tienda: me dicen que llame a Central (sin artículo, como en las novelas británicas de espías). Llamo a Central. Tras mogollón de instrucciones (pulse uno, pulse tres, espere…), dejo un mensaje comunicando «la incidencia». Una voz metálica me informa de que don Servicio Técnico se pondrá en contacto conmigo en un plazo de 48 horas. Me telefonea una empleada del Servicio Técnico tras 45. Vuelvo a explicar la fucking incidencia. Me contesta que pasa el aviso al Equipo Técnico, que me llamará en un plazo de 72 horas para concertar una cita. Me llama un empleado del Equipo Técnico tras 48. No es para arreglar la fucking puerta sino para concertar cita y ver si tal «incidencia» la cubre la garantía. Concierto cita. Viene un propio. Manipula la puerta del microondas y decide que la garantía sí cubre esa «incidencia». Que me llamarán en «unos días». Se acabó la viejunada de avisar a la tienda y que el vendedor pasase por la tarde a arreglarlo o cambiarlo. El progreso, amigos, el protocolo, el algoritmo, la madre que me parió. Lo resumía muy bien el zumbón palafrugellense citado: «Yo no me opongo a que la gente progrese. ¡Peor para ella!».

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Para no subirme por las paredes, repaso una libretita antigua en la que tengo apuntados refrescantes dichos del personal famosil famosero. A un experto antropólogo se le escapa la siguiente pomposidad, mientras compone cara de sabio ensimismado y pierde presumido la vista en el techo del plató: «La biodiversidad humanoide es muy grande». Ole. Y he aquí una perlita de un sedicente artista, pobre: como mezclara en una performance, intervención plástica o lo que fuere aquello unas rocas y un retrete, el periodista asombrado de la caquita con ínfulas resultante le preguntó por su propósito: «A mí me gusta lo mix», respondió el chorbo, tan tranquilo. Una señora enseña su casa a los reporteros. La verdad es que la tiene patas arriba y hecha una marrana leonera. Como se da cuenta de su dejadez y de la mala impresión que causa, en vez de recurrir al habitual «perdona el desorden, es que se me echó el tiempo encima» o cosas así, se decanta por hacer de la necesidad virtud y afirma toda pancha: «Como veis, yo vivo muy zíngaramente».

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Toca calambur esta semana. Me lo dicta al teléfono mi amigo invisible: «Es asquerosa la broma, lamenté». Al punto, me lo vuelve a leer, aunque más deprisa, y me suena a: «Ésas que Rosa labró malamente». Las palabras hacen magia en magas manos.

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