Reflexión

¿Un agravio comparativo?

El submarino Titan.

El submarino Titan. / Europa Press/Contacto/OceanGate

Atilio González Hernández

Dice el Diccionario de la RAE que el agravio comparativo consiste en: «Trato desigual a personas que tienen o creen tener el mismo derecho a algo en determinada situación.» Esta definición integra en una sola dos situaciones moralmente distintas, la del que objetivamente tiene un derecho y la del que cree tener un derecho que realmente no tiene.

Por otra parte, define la RAE a la envidia como «Tristeza o pesar del bien ajeno». El agravio tiene la aspiración de ser objetivo, mientras que la envidia es claramente un sentimiento y como tal es enteramente subjetivo. Pero la envidia para ser convincente aparenta objetividad y suele apoyarse en una pretensión de agravio comparativo.

Agravio comparativo y envidia son, pues, conceptos distintos pero relacionados, derivados ambos de la desigualdad que existe entre los seres humanos, tanto por sus cualidades personales como por su situación social. Todos conocemos incontables casos de denuncias de agravio comparativo, sin que todas ellas nos parezcan justas y acertadas.

Las denuncias de agravio comparativo se producen unas veces por parte de los que lo sufren realmente, otras por parte de envidiosos que dicen sufrirlo y -por último- también por aquellos que se solidarizan con las víctimas del agravio, sin serlo ellos. Entre estos últimos encontramos personas genuinamente implicadas en conseguir el bienestar del prójimo y también actitudes farisaicas, que consisten en condenar airadamente y públicamente lo que consideran mal ajeno -sin preocuparse mucho por el propio- obteniendo de ello una gratificante sensación de superioridad.

Todo esto viene a cuento de la polémica que ha surgido días atrás en relación con el fatal accidente del submarino Titán en su intento de visitar el pecio del Titanic; contraponiendo los costosos recursos invertidos en rescatar el submarino y sus cinco tripulantes, con aquellos dedicados al rescate de los numerosos inmigrantes que naufragan en su intento de arribar ilegalmente a las costas de la Unión Europea. De esa comparación se deduciría la existencia de un agravio comparativo que favorece a los acaudalados tripulantes del submarino, en contra de los pobres inmigrantes ilegales. En las líneas siguientes voy a desarrollar el argumento que no existe agravio comparativo en ese caso y que las denuncias de agravio son falacias movidas por actitudes farisaicas.

No existe agravio por la sencilla razón de que el coste del rescate del submarino corre a cargo de Estados Unidos y Canadá, como consecuencia del lugar donde ocurrió el naufragio. Dicho coste no va en detrimento de los recursos económicos dedicados al rescate de los naufragios que puedan ocurrir en el Mediterráneo o en aguas de Canarias, puesto que corresponden a otros países y otros presupuestos.

La falacia se ramifica negando a los lectores el derecho a mostrar compasión por los infortunados tripulantes del submarino, ya que su infortunio es numéricamente inferior al de los inmigrantes ilegales fallecidos en la mar. Salta así la falacia del mundo de los hechos al mundo de los sentimientos, negando el derecho de cada uno a mostrar empatía por el infortunio de una persona que siente más próxima y no por otra que está más alejada de sus sentimientos. Por ese camino, se consideraría como agravio comparativo la muestra de dolor de una madre por la muerte de su hija, cuando pocos días atrás había leído en la prensa sin inmutarse la noticia del asesinato de cuarenta jóvenes en una escuela de Uganda.

A modo de conclusión, se me ocurre que los agravios por falta de equidad, en cuanto a los actos que afectan a derechos y obligaciones, sólo pueden juzgarse objetivamente con la vara de medir de la Ley. Aquí nos topamos con el grave problema de la imperfecta translación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos a la legislación de cada país. En el campo de los sentimientos poco hay que juzgar: cada uno tiene sentimientos que son consecuencia de su nacimiento y de su experiencia vital, de los que sólo tiene que dar cuenta al Creador. Es de fariseos juzgar y condenar los sentimientos de los demás desde una posición de supuesta superioridad moral.

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