Observatorio

Sinéad O’Connor y la emoción desatada

Sinead O’Connor.

Sinead O’Connor. / EFE

Carol Álvarez

Murió la pasada semana Sinéad O’Connor y no logro sacármela de la cabeza. No es que la artista estuviera precisamente presente en la escena cultural del momento, de hecho, lo último que supimos de ella fue la desgarradora noticia de la muerte de su hijo de 17 años, hace algo más de un año. Las tragedias que golpearon a la cantante irlandesa son especialmente dolorosas: con su apariencia frágil y valerosa a la vez no rehuyó la denuncia de situaciones que no debería atravesar nunca nadie, empezando por el maltrato de una madre a la que al fin y al cabo ató para siempre a su canción más famosa, Nothing compares to U.

La lágrima espontánea que rueda por su rostro en el mítico videoclip tiene mucho del recuerdo de su madre, que había fallecido unos años atrás en un accidente de coche cuando ella apenas tenía 18 años. También denunció los abusos sexuales cometidos por la Iglesia en tiempos en que era impensable levantar esas acusaciones de forma pública, y fue castigada duramente por ello, por la opinión pública y el mundo del espectáculo. De más de un escenario salió entre lloros por los abucheos que recibió. Si no hubiera sido una mujer, ¿habría sido juzgada tan duramente?

Me quedo, pese a todo, con la carta que dedicó a una joven Miley Cyrus ahora hace justo diez años, a raíz del estreno de un videoclip de la antigua estrella Disney que acompañaba su hit Wrecking Ball. Cyrus se come la pantalla con un primer plano lloroso y andrógino, que ella misma dijo estar inspirado en el look de Sinéad O’Connor en 1990. La irlandesa no tardó en responder, en una carta abierta, para desmarcarse de esa lectura y llamar a la joven al orden: le pidió que se respetara más como mujer, que no se dejara manipular ni convertir en una mujer objeto sexualizado. Sus palabras resuenan muy fuerte 10 años después y nos interpelan a todas: su voz fue única, su vida tormentosa, pero en su vulnerabilidad, sus dudas y mensajes, a veces airados, a veces dolidos, nos reconocemos con una emoción eléctrica, vitalista.

Estos mismos días leíamos de otros momentos de alta tensión emocional en escenarios muy diferentes, deportivos. La ciclista Julia Van de Velde fue una de las protagonistas. Se disputó estos días el histórico Tour Femmes, el equivalente al Tour de Francia para mujeres, y las gestas que protagonizaron estas deportistas son de gigante. Van de Velde se desmarcó del pelotón muy pronto y acarició el éxito en una etapa alucinante, ante la admiración general, pero cuando apenas le quedaban 100 metros para alcanzar la meta le fallaron las fuerzas y fue superada. Van de Velde no consiguió la victoria pero supo recomponerse de una situación tan frustrante y asomar una sonrisa al recoger el premio a la combatividad. Se ganó los corazones de todos con su espíritu luchador y también con su derrota, pocas veces el fracaso fue tan dulce y compartido. Y es que, ¿cuántas no nos hemos sentido reflejadas en ese darlo todo, flotar ligeras hasta lo que creemos que es la meta, y luego hemos desfallecido? Sinéad O’Connor y Julia Van de Velde han sido estos días espejos en los que confrontar nuestras emociones, como también la futbolista barcelonista Caroline Graham Hansen, miembro de la selección noruega en el Mundial que se disputa estos días en Australia y que lloraba, hundida en un mar de emociones, cuando se disculpaba por haber criticado a la entrenadora por no alinearla. El orgullo, la impotencia ante lo que ella considera una injusticia mezclado con la rabia y sus consecuencias, el sentido común, la obediencia debida en un equipo.

Emociones a flor de piel, la vida misma encapsulada en tres momentos protagonizados por tres mujeres que inspiran a millones.

Suscríbete para seguir leyendo