Memorias de agosto
El oficio de vivir
En efecto, la juventud fue una época breve y radiante, romántica y vigorosa, pero al mismo tiempo llena de luchas, miedos, rebeldías, temores, dudas y celos
Decía Manuel Vicent que alguna gente madura, tal vez la más lúcida, suele pensar con acierto que lo mejor que tiene la juventud es que ya pasó. Cuánta sabiduría la que destila el autor de Tranvía a la Malvarrosa. En efecto, la juventud fue una época breve y radiante, romántica y vigorosa, pero al mismo tiempo llena de luchas, miedos, rebeldías, temores, dudas y celos. Cuando has dejado atrás los cincuenta años llega un momento en que toda esa fuerza que comenzó con la adolescencia comienza a perder la ansiedad de la carrera de obstáculos y aún sin dejar de perder la curiosidad ante todas las cosas que te rodean sientes que tienes que tomarte la vida con más calma. Despiertas una mañana y te preguntas a qué viene tanta prisa. De pronto piensas que nadie te espera, que no tienes ninguna reunión pendiente, que no vives con alguien que intenta hacerte cambiar de costumbres, gustos o hábitos. Además, no has dimitido de ninguna idea ni has cambiado de bando y cada día te importa menos lo que piensen los demás de ti. Incluso te fascina ver que la vida jamás decepciona. Eso sí, te siguen cabreando los políticos que dicen una cosa y la contraria, las injusticias, los sectarios o los simplones, pero ninguno de ellos te va a fastidiar una buena sobremesa. No hay nada peor que comportarse como un joven cuando has cumplido los cincuenta.
Cada edad te ofrece distintos placeres si sabes aprovecharlos. Peor que querer seguir siendo joven es pensar y actuar como un viejo cuando aún no has cumplido los treinta años. Todos los días me encuentro con gente envejecida sin darse cuenta que la edad no la marca el DNI sino el cerebro. También es verdad que con el tiempo dejas en la cuneta a algunos de los amigos que siempre te acompañaron (Juan José, Guillermo y Mauricio han sido los últimos) y das las gracias a la ciencia médica cuando has superado una intervención quirúrgica. Hemingway afirmaba que si después de cumplir los cincuenta te despiertas un día y no te duele nada es que estás muerto. Ayer, un día de finales de agosto de 2023, el sol volvió a salir como cada mañana, no me dolía ninguna parte del cuerpo y seguía vivo. Cuando llegó el mediodía tenía un buen motivo para tomar un gin-tonic.
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