Isla Martinica

Progres desencadenados

El presidente del Gobierno en funciones y líder del PSOE, Pedro Sánchez (i) y el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo (d), se saludan a su llegada a una reunión en el Congreso de los Diputados, a 30 de agosto de 2023, en Madrid (España). Según fuentes

El presidente del Gobierno en funciones y líder del PSOE, Pedro Sánchez (i) y el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo (d), se saludan a su llegada a una reunión en el Congreso de los Diputados, a 30 de agosto de 2023, en Madrid (España). Según fuentes / Jesús Hellín - Europa Press

Si han tenido la bondad de seguirme, habrán comprobado que he catalogado el fenómeno progre desde lo particular hasta lo universal, creando un prontuario con el que orientarse entre la madeja de presentaciones con las que nos regala esta realidad existencial. Hay progres para todos los gustos, desde el progre aparentemente inocente, cándido en sus pretensiones como en la misma visión del mundo que le rodea, hasta el pijoprogre, una alimaña que disfruta con la hipocresía como el niño con la pelota. Por supuesto, el progre tiene un componente ideológico que lo acerca a la izquierda intemporal, al igual que el oso es atraído por la miel del rico panal. No obstante, lo característico del progre es la suspensión del juicio, esa epojé que lo aproxima a los antiguos cínicos, que, en la actualidad, se podría traducir como aquello de «mientras yo esté bien, todo está bien». Así, al cinismo se le suma un egoísmo de dimensiones plane-tarias.

Estaba pensando en estas cosas, bajo una canícula infernal, cuando viene a mí la noticia de que un grupo de turistas, todos ellos catalanes, había sido retenido por una gavilla insurgente en la remota región de Amhara (Etiopía), lugar al que se desplazaron para vacacionar. Sí, vacacionar, porque las palabras son importantes, no menos que la de turistas, y ya no digamos la de «progres desencadenados». Y, ahora que caigo, esta última etiqueta se me había escapado. Estas dieciocho vidas merecen que les dedique apenas un momento de atención. Unidos a su guía, la que completa el cuadro, han removido cielo y tierra para que las autoridades los devuelvan sanos y salvos a sus domicilios en España. Incluso, se habla de tráfico de influencias, siempre con las debidas cautelas, para que la operación de rescate llegase a buen término. Un cúmulo de artimañas que, lejos de criticar, me complace en certificar como el surgimiento de la nueva categoría del progre.

El «progre desencadenado», perdón por la pobre imaginación de este articulista sometido a los calores estivales, es un individuo que lleva el cinismo a su máxima expresión, pero, eso sí, con las bendiciones de la ideología progresista, santo y seña de la clasificación. Esta nueva variante pone en serios aprietos a las anteriores, puesto que, si el progre habitual al menos confiesa cierto grado de contención moral, éste la obvia por completo, logrando un discurso pleno de eslóganes tanto como vacío de un componente ético. En Moby Dick, Melville atina en la definición: «El que no conoce el miedo resulta mucho más peligroso que un cobarde». Los dieciocho progres de Etiopía a fe que ignoraban el peligro que les acechaba, y, sin embargo, tan cierto es esto como que además despreciaban el peligro en el cual dejaban a sus rescatadores, locales o foráneos. Todo fuera por la diversión, por la inclusión de los pueblos y la diversidad étnica y el resto de la mandanga con la que se emboban estos personajes de la realidad de nuestros días. Afortunadamente, y que uno sepa, no ha habido muertes, pero y si las hubiese habido… En definitiva, las últimas variantes de la fenomenología progre son doblemente crueles, y no sólo con la humanidad como tal, sino con la moral y el respeto por la dignidad del individuo. Gritan y patalean por lo suyo, menospreciando el valor de la persona, así como su propia singularidad, perdiendo la razón que alguna vez los acompañó.

Suscríbete para seguir leyendo